Dicen que las cuarentenas son para reencontrarte. Que son pausas necesarias para viajar al sótano oscuro de la mente y los recuerdos, para retornar al alma. El sótano oscuro se convirtió en unas pantallas luminosas, centelleando hasta en los sueños. Los álbumes de amigos y familiares se aparecieron en Facebook: la foto nueva de la foto vieja, ya que no hay nada nuevo que compartir. No hemos salido, no hemos ido al trabajo, a la escuela, a toquines, al cine, al museo, ni nos hemos reunido con nuestra gente cercana. En cambio he conocido los jardines, las terrazas, las cocinas y los estudios de decenas de mis contactos. Veo sus historias del Insta mientras me formo en la fila de la camioneta del señor de las verduras, en la parada número quien sabe cuál de su jornada de trabajo. Viene con su hija de unos ocho años, cuya carita se pierde tras el cubrebocas. Mi álter ego culpígeno me atrapa cuando regreso a seguir trabajando desde casa.
Quienes tenemos el privilegio del resguardo en nuestro hogar (que para algunos está siendo más bien una prisión domiciliaria), nos la pasamos buscando cómo escapar del home office extendido. La computadora y el móvil se nos convirtieron en oficina, en aula de clases, en sala de yoga, en reunión familiar, en aquelarre feminista, en conferencia, en llamada amorosa, en terapia online, en escenario del sexting. Pasamos el día grabando audios y videos, “picándole” a las plataformas, viéndonos en las pantallas con la sensación de no conocernos, con el (pequeño) pesar de no poder usar filtros en vivo. Nunca mis alumnas me vieron tan de cerca, no conocían mi cicatriz, no habían entrado a mi casa, ni les había mostrado el lugar desde el que escribo, o los posters de mis paredes. No me habían escuchado recitar poesía (¿y si en la nueva normalidad nos seguimos recitando poesía para aliviarnos un poco?).
Me puse a bordar para disminuir la ansiedad, para respirar en cada puntada, para poner atención. Punto tallo. ¿Cuánto más durará esto? Cordoncillo. ¿Cuándo podré abrazar a mi abue? Punto arena. ¿Qué habrá pasado con Roxana que no se ha conectado a ninguna de las sesiones online? Pespunte. Nunca había visto a mi hijo hacer tanta tarea. Nudo francés. Mi bebé corre eufórica hacia la ventana y grita ¡calle, calle! Puntada de pluma. Llevo días sin pararme de este lugar mas que para ir al baño y dormir. Cadeneta. Si no salgo de esta cuarentena con la tesis terminada…
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El Covid llegó a mi familia
Un día de esta contingencia mi mamá me habló contándome sus síntomas, de lo extraño que sentía el pecho. Unas horas después no podía hablar del dolor, otras horas más tarde supimos que tenía Covid. Entonces ni el bordado, ni la tesis, ni los trastes sucios acumulados en la cocina, ni las clases de danza africana, ni las selfies con cubrebocas, ni los talleres online, ni las mil series de Netflix me alejaron de la angustia. Me eché todas las conferencias, revisé cada día las cifras, vi todas las campañas insensibles que advertían que moriría si no me quedaba en casa, me quejé en Twitter, mandé audios desesperados.
Al final, lo único que la sanó a ella, y nos alivió a quienes nos preocupamos por ella, fue su fuerza, su autocuidado, su alimentación y esperar con paciencia a que pasaran los días, tomando las medidas necesarias. Los dichosos 40 días.
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¡Hasta Jesus requirió cuarentena!
Dicen que las cuarentenas son periodos de aislamiento en los que hay que limpiar, reposar, descansar y evitar daños colaterales. Por ejemplo, las computadoras se ponen en cuarentena para salvar sus archivos. Incluso Jesucristo requirió su cuarentena en el desierto para reflexionar, enfrentarse al mismísimo Demonio y prepararse para la misión que estaba a punto de cumplir. Es más, luego de su muerte se esperó otros 40 días, desde su resurrección hasta su ascenso a los cielos, y se los echó en el limbo.
También se necesitó un diluvio de 40 días para salvar a la Tierra. Y llego a este punto no porque haya surgido en mí un catolicismo súbito, es sólo que en el túnel de las memorias por el que he tenido que caminar en esta “infinitena”, apareció el primer libro que leí de principio a fin, por sed de letras, por falta de dinero para otros libros, por la poca importancia que tenía la lectura en el ámbito familiar y porque escuela de monjas. Es la Biblia en la que indudablemente pienso cuando siento que el Apocalipsis viene cabalgando. ¡Esos sí que son ejemplos de cómo se sobrevive una cuarentena! Nada que ver con una, pues, en los mejores días de esta contingencia a duras penas me arreglé para una selfie y me la pasé en pijama durante numerosos encuentros online.
Lo que sí he logrado es decir y escribir muchas veces “te quiero”, “te extraño”, “fui muy feliz” y “gracias”. En condiciones normales no lo decimos a todo el mundo, pero no porque no lo sintamos sino simplemente porque no lo creemos necesario. Damos por hecho que se sabe, pero ante el inminente fin del mundo que conocíamos, hemos buscado mantener a salvo lo que queremos que permanezca después del diluvio, igual que hizo Noé.
Violencia y desempleo
Han sido, también, días y semanas de pensar en las niñas y mujeres que viven esta cuarentena como el peor de sus tormentos, con el acecho de la muerte y del abuso en casa, dentro de su propia familia y del lugar en el que deberían estar a salvo, invadidas en sus espacios y en sus tiempos, para las que no hay un cuarto propio, un minuto de paz a solas, un momento de descanso para ellas mismas entre tareas, quehaceres y cuidados, sin importar la edad que tengan. Las cifras lo dicen. El Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública reportó que entre marzo y abril de 2020 se recibieron en todo el país 47 mil 893 llamadas de emergencia relacionadas con incidentes de violencia contra la mujer.
Pienso en los niños y niñas que, como no están yendo a la escuela, han sido enviados a trabajar. O en las familias que, aunque quieran, no pueden parar para seguir recibiendo, al menos, unos pocos pesos y seguir viviendo al día. También en aquellos que quisieran al menos haber conservado su trabajo y son parte del millón 30 mil 366 personas registradas en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que han perdido su empleo desde marzo.
Pienso en todo ello y deseo que esta cuarentena nos dé la fuerza suficiente para sobrevivir a estas rupturas, que encontremos la manera de reconstruir nuestro mundo, de combatir la explotación, de desarticular las estructuras desiguales, de construir economías más solidarias, una alimentación y una sanación autogestivas, nuevas pedagogías. No queremos que la normalidad regrese nunca más.
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Nada volverá a ser igual
En esta cuarentena de más de 40 días, parece que el tiempo no ha transcurrido, pero de hecho mi cabello ha crecido, escucho a mi hija pequeña decir más palabras, veo cómo mi hijo adolescente de pronto es más alto que yo. Me sorprendo al caer en cuenta de que ella cumplirá dos años y él se graduará, peculiarmente, de la secundaria. La vida y los comienzos se imponen a los finales.
Siento la casa que nos resguarda como un vientre que nos nutre, nos protege y nos prepara para salir a la vida nuevamente. De muchas casas nacerán familias, de otras parejas, de otras personas solas y felices, vínculos y también chefs, escritoras, pintores, gente fitness, emprendedoras, especialistas en plataformas online, estilistas y personas expertas en sí mismas.
Si todo sale bien, al terminar esta fase muchos tendremos un nuevo trabajo, una mejor figura y una mejor alimentación, o si no sale muy bien, tal vez estaremos desempleados, endeudados, sin un quinto, seremos más haters, más adictos a lo que sea o sólo tendremos unos kilos de más. En el más grave de los casos, y el menos deseable, habremos perdido a algo/alguien y estaremos en un profundo duelo. El punto es que no seremos los mismos que éramos antes, habremos creado estrategias alternativas de supervivencia, o sin saber cómo seguiremos vivos, y estaremos bien en algún momento.
Nada será igual después de esta temporada de sólo poder mirarnos a través de las pantallas. Nada puede ser igual después de no habernos abrazado por tanto tiempo. Todos encontraremos algo que no sabíamos que podíamos encontrar, y es que, ciertamente, algo que estoy entendiendo es que las cuarentenas son para resurgir, reconstruir, reencontrarnos y sobreponernos al asedio de la muerte.
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- Comunicóloga y feminista. Licenciada en Comunicación Social y Maestra en Estudios de la Mujer por la UAM Xochimilco. Doctorante en Comunicación en la Universidad Iberoamericana. Investigadora en materia de comunicación, género y tecnologías de la información. Promotora cultural y profesional en difusión y divulgación. fue integrante fundadora de la estación UAM Radio. Locutora ocasional. Creadora permanente y activista en colectiva.