Por Alejandra Collado
Las prepas y las vocas son las que todo mundo quiere. Mi hermano, por ejemplo, se la pasó estudiando para entrar a la Voca 5. No nos queda tan cerca pero todos su amigos querían ir a esa. Mi mamá dice que las Ciencias Sociales y Administrativas dan buen futuro, entonces se decidió por esa. Además de todo, Lucía ya llevaba un año ahí, en comercio internacional, así que su esfuerzo llevaba doble premio: estar con sus casi hermanos de la infancia y pasar más tiempo con la Lucy. Yo, entrando a mi segundo año de secu, me emocionaba sólo de pensar que en un año más, tal vez, lograría estar también con ellos.
Dicen que cuanto más nos acercamos a ser jóvenes, más rebeldes nos volvemos. Que se empieza en la adolescencia, cuando estamos en la secu, pero yo digo que esa nada más es la pubertad. Sí, en esa etapa somos medio contestones y a ratos andamos de un humor que ni nosotros nos aguantamos, pero luego queremos que nos sigan consintiendo como cuando éramos niños.
Para mí que es en la prepa cuando se vuelven rebeldes de a de veras, lo vi con mi brother Manu. Porque es ahí cuando ya comienzan a darse cuenta de que hay cosas que no les gustan, ya sea en su casa, en la escuela, en la sociedad. Y entonces levantan la voz por algo que no es justo, pues. Ya no se quedan callados.
Se dijo del presidente, desde que inició su sexenio, que era autoritario. Pero se vio más cuando mandó a los militares a “calmar” a los estudiantes “provocadores”, como les decían en los periódicos. De julio a septiembre esto sucedió todas las veces que los estudiantes, entre los que estaba mi hermano, salieron a manifestarse.
LEE: La aberrante impunidad del 68. Los culpables del 2 de octubre

Al principio me dio emoción y orgullo que Manu estuviera ahí, siendo valiente, enfrentándose a los granaderos, exigiendo respeto, expresándose contra la represión. Luego ya me empezaba a quedar preocupado cada vez que se iba y ansioso de que llegara sano y salvo. Y mi mamá ni se diga. Imagínense cómo se puso cuando salió una foto de él en los periódicos, ahí peleándose con los tiras: REVOLTOSOS, les decían, TERRORISTAS. Cuando empezó a haber compañeros muertos, toda la alegría que se respiraba al inicio del movimiento se convirtió en miedo. La revolución estudiantil comenzó a mancharse de rojo.
Sé que también empezó a hacerlo por mí, pensando en que esa represión y ese abuso de poder no nos toque a nosotros, los que vamos para la prepa, y los que le siguen. Por eso le entró a los paros y andaba en los mítines. La verdad es que las cosas que han pedido son justas, por eso yo también quería ir a marchar, porque estoy de acuerdo con ellos. Pero mi mamá no me dejó. Se supone que a Manu tampoco, pero él tomó una decisión. Y cuando eso pasa, no hay poder humano que haga que cambie de opinión.
Afuera parece que nadie se da cuenta de lo que está pasando. Todo mundo anda bien emocionado con las Olimpiadas. Para donde volteas ves la mugre palomita y los cinco aros olímpicos de colores. En la tele todo el día hablan de eso, y las pocas veces que mencionan alguna noticia relacionada con el movimiento estudiantil, es para decir todo al revés. Cada intento de los estudiantes por mostrar la realidad de las cosas es apagado por la violencia y el abuso del ejército. Con todo y que cada vez son más y más personas y gremios manifestándose, ya no sólo estudiantes.
Ayer le ayudé a hacer sus pancartas: una decía “Voca 5”, y la otra “Libertad”. Salió a las cuatro y media de la tarde y dijo que llegaba como a las ocho. El mitin era aquí cerquita, en Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas. Se suponía que iba a haber marcha después, pero en Reforma había muchos soldados. “Pues a ver qué pasa… nos vemos al ratón”, me dijo Manu, haciendo con sus dedos la señal de amor y paz, como siempre que se iba. Repito y repito esa frase en mi cabeza, con tal de que no se me pierda su voz.
LEE: Naucalpan en una sola voz pide justicia para todas las mujeres violentadas

Escuché helicópteros volando cerca, luego lo que pensé que eran cohetes. Se empezó a ver mucho movimiento en la avenida y en las unidades habitacionales de enfrente como a eso de las seis o un poco más.
Conforme pasaba el tiempo yo me iba sintiendo más intranquilo y nadie entraba por la puerta: ni Manu, ni mi mamá. Ella no llegaba tan tarde de trabajar… ahí fue que empecé a sentir que algo andaba mal. Cuando llegó ya eran más de las nueve. El cerrojo dio la vuelta y por fin apareció, pero con el rostro desencajado: “¡Dime que ya llegó Manuel!”, dijo gritando y sacudiéndome. Yo, estaba mudo entre la angustia y la confusión, totalmente lejos de entender lo que había pasado. Salió corriendo de la casa y yo detrás de ella.
Desconocí las calles: todo eran soldados y un silencio fúnebre que a momentos se rompía con llantos, gritos, ambulancias, camiones militares que después supimos que llevaban estudiantes heridos y muertos, detonaciones ocasionales que luego comprendí que eran de metralletas. No podíamos meternos entre las unidades habitacionales porque estaba lleno de soldados, así que rodeamos por Manuel González y luego por Eje Central. Unas señoras les gritaron: “¡asesinos!”, y los soldados ni se inmutaron.
Cuando llegamos a la Plaza de las Tres Culturas el ejército estaba yendo de poco en camiones. Esperamos más para acercarnos y comenzar a buscar.
No sé cuántos minutos tardó en caerme el veinte de que lo que veía alrededor eran cuerpos sin vida de los manifestantes: hombres y mujeres de todas las edades. Ahora lo puedo poner en palabras, pero me sigo sintiendo en shock, sigo sin entender.
No pudimos encontrar nada. Cierro los ojos para visualizarlo con la ropa con la que salió de casa: se puso el pantalón de pana beige y una playera blanca.
LEE: ¿Quiénes generan la violencia hacia la mujer?

Estuvo aquí. Sé que estuvo aquí porque encontré un pedazo roto y ensangrentado de la pancarta que dibujé. Mi mamá no deja de llorar y yo he vomitado cerca de tres veces en todo el recorrido del edificio Chihuahua. Tocamos todas las puertas, rogamos que nos digan si lo han visto… “está más alto que yo, como de este tamaño”, señala con sus manos;“se parece a mí, pero con el cabello más corto”, dice mi mamá llorando.
Ya son varias veces que se quiere desmayar y yo la agarro, la agarro fuerte y le digo que lo vamos a encontrar, que lo vamos a buscar por todos lados. Mientras, para mis adentros me pregunto si se habrá quedado atrapado en alguna salida de la plaza de las tres culturas. ¿Cómo sucedió esto? ¿Cómo se cometió este error? ¿En qué momento los cantos y las consignas se volvieron gritos de horror y no nos dimos cuenta? ¿Dónde estás Manu, manito mío?, como te decía cuando éramos más chicos. Nos duelen los pies, los ojos, los puños y la mandíbula de tanto apretarlos.
Fuimos a los hospitales de aquí cerca y no nos querían decir nada, nos tuvieron esperando un tiempo que pareció eterno. Después ya eran tantas las mamás gritando, llorando y rogando por algo de información que las dejaron pasar a revisar las filas de heridos y la morgue. Ahí está la Lucy inmóvil, como nunca creí verla. Ahí yo siento cómo se escapa el alma de a poquito. Llora con dolor mi madre, tapándose los ojos y ahogando su llanto con el suéter.
También pasamos a la estación de policías y no está entre los detenidos. Dicen que se los llevan al Campo Militar No. 1, a Santa Martha Acatitla o a Lecumberri, pero no tenemos cómo irnos a esta hora, ni por dónde comenzar. Lo mejor que se nos ocurre es regresar a la casa y esperar a que amanezca para irlo a buscar.

Caminamos callados, con sollozos ahogados, como para que la muerte no nos vaya a escuchar y no se acerque a nosotros, ni a Manu. Pasar desapercibidos para ella, aunque esté aquí cerquita en los edificios y se le pueda oler y sentir en cada escalofrío, con el gran nudo en el pecho que nos une a mi jefa y a mí. ¿Así se siente el corazón de Manu? ¿Verdad que sigue latiendo?, pregunto en mi mente. Que no se lo hayan llevado, que no se lo hayan llevado los militares, que haya corrido rápido, que esté a salvo, escondido. Se salió sin comer. ¿Manu, tienes hambre? ¿Tienes frío? ¿Verdad que no lo están torturando, mamá? Digo todo esto en mi cabeza porque me quedé sin voz.
Pasamos de regreso por el edificio Chihuahua. A esas alturas, uno de sus tenis habría sido algo a lo cual aferrarnos, pero ya no había nada en la plancha, sólo el color rojo que yo creo que veré siempre que pase por ahí. Era media noche y los bomberos limpiaban con empeño la Plaza de las Tres Culturas. No querían dejarnos nada para llorar, no nos querían dar ni un minuto de silencio, una memoria, un pedazo de justicia, de certeza.
Aunque mi madre y yo no nos dijimos nada, los dos esperábamos llegar y encontrar a Manu ahí, dormidote en el sillón de tanto esperarnos, con su pantalón de pana beige.
Hemos pasado la madrugada en vela y ya hicimos un plan de búsqueda para hoy, para el viernes y para los días que haga falta. No me he atrevido a ir yo solo a nuestra habitación porque su inmensidad me jala si él no está ahí. Regreso a la entrada de la casa y me esfuerzo en verlo una vez más, con la V de la victoria en su mano izquierda, diciendo “Pues a ver qué pasa… nos vemos al ratón”.
En los pocos y cortos momentos en los que he logrado dormir, lo sueño como cuando llegaba de la escuela, washawasheando una rola de los Rolling Stones, sacudiendo la cabeza y su cabello volando de un lado a otro. Y ahí iba yo de relajiento a imitarlo y seguirle el juego.
Así éramos juntos: como uña y mugre, y digo “éramos”, queriendo decir “somos”, porque mi mamá y yo lo seguimos, y lo seguiremos buscando”.

- “¿Dónde estás manito mío?” El día después del 2 de octubre - 02/10/2020
- Resistir la cuarentena - 16/06/2020
- El país que ama más a sus paredes que a sus mujeres - 04/03/2020
- Comunicóloga y feminista. Licenciada en Comunicación Social y Maestra en Estudios de la Mujer por la UAM Xochimilco. Doctorante en Comunicación en la Universidad Iberoamericana. Investigadora en materia de comunicación, género y tecnologías de la información. Promotora cultural y profesional en difusión y divulgación. fue integrante fundadora de la estación UAM Radio. Locutora ocasional. Creadora permanente y activista en colectiva.