Texto: Adrián Román
- ¿A dónde comienza la perversión? ¿Qué tan separados deben estar los labios y que tan abiertos los ojos para seducir en un solo movimiento? Fuimos a Pervert, una fiesta sin prejuicios donde todas las perversiones son bienvenidas.
Apenas abren la puerta del recinto que se encuentra sobre Mesones y me pregunto si así eran las reuniones gay que se hacían en la calle de Plateros a principios del siglo pasado. Ovidio encontraría pretextos para hacer una continuación de Las Metamorfosis.
También en cuanto abren caen sobre mi mente un montón de preguntas, como le caen arroces a una novia al salir de la iglesia. ¿A dónde comienza la perversión? ¿Cómo se vierte uno sobre otro recipiente? ¿Sólo pintándose el rostro? ¿Vistiéndose como nadie más lo haría, desvistiéndose? ¿Metiéndose drogas, cuántas? ¿Dónde carga uno al demonio responsable de nuestra nueva forma? ¿En la piel, en la mirada, en los huesos, en las curvas? ¿Cuánto tiempo es suficiente para que los demonios de dos personas se reconozcan y creen empatía o codependencia? ¿Cuánto insinúas con una espalda desnuda? ¿Cuánto permite ver de ti tu gorra, tus tirantes con estoperol, tus correas o como sea que eso se llame, tu barba, tu delicado maquillaje, tu vestido, tus botas rudas? ¿Cuánto te ayuda a vender? ¿Qué tan separados deben estar los labios y que tan abiertos los ojos para seducir en un solo movimiento? ¿Qué tan largo el pelo, qué tanto te sirve esa trenza, qué tan marcado el abdomen, qué tan desnudas las piernas, qué tan corta la falda?
La perversión nos hace favor de transformarnos en algo que no éramos. A menudo escuchamos el viejo adagio que reza que el que comienza no puede detenerse. ¿Hasta dónde se puede llegar? ¿Qué te hace seguir avanzando? ¿Qué hacer para destacar más?
En una oscura esquina dos se reparten a mordidas un ácido. Otros dos se cuchichean antes de entrar al cuarto oscuro, otro elige presa antes de cruzar la puerta, como un gavilán aventajado en estos menesteres. Y se hunden en las tinieblas y quién sabe si saldrán convertidos en algo nuevo. Un hombre gordo, de piernas barbudas, lleva mallas y una playera rota. Parece un niño sorprendido por su madre en el final del clóset.
Los fotógrafos fueron a la caza de personajes que nos ayuden a ilustrar este nuevo evento que siempre es itinerante, como show de gitanos aguerridos. Siempre underground, siempre dispuesto a cambiar. Siempre pervertidor, siempre Pervert.
Yo me quedé esperando afuera del cuarto oscuro y vi sombras que salían aburridas de lo que vieron adentro. Cuando llegamos encontré a una pareja heterosexual en una esquina, ella estaba volteada contra la pared y él se la cogía por atrás. A estas alturas pocas cosas pueden sorprendernos después de tanto YouPorn. Unos salían como si hubieran encontrado su viejo pecado y ya comenzaran a sentir esa deliciosa culpa que los hace volver y volver a hacerlo.
Unos toman valor antes de entrar, otros regresan apenas llevan unos pasos adelante. Como si se dieran cuenta que no les alcanzará. Unos dejan su chela afuera, unos se revisan cuando salen, que traigan sus pertenencias, otros se acicalan, otros tocan sus partes, como para asegurarse que todo lo traen en su lugar o no.
La lujuria altera nuestra forma natural de actuar. Nos obliga a desplegar sobre la mesa todos los frutos de nuestro reino. Aquí cada uno juega su papel, mientras conviven todas las posibilidades sexuales. El único propósito de aquí es el sexo. Te vistes, te disfrazas, te encueras, y andas en tacones, los escotes, las extravagancias, las mentiras, las verdades, la sonrisa, las drogas, los adornos, los aromas, todos es con la única finalidad de coger. Lo que hacemos por el pinche placer.
Un güey flaco, pero con unos músculos que parecen crecerle sólo en el cuero, flaco y rapado, parece personaje de ciencia ficción, absolutamente desnudo, baila sobre la barra meneando un abanico. Posee la condición física de los que están condenados a nunca dejar de bailar. La luz que cae sobre él es roja. Al DJ, una mujer lo trata de consolar con un abanico. Seguro logra más con el poder de sus enormes chichis. Todos en este cuarto sudan y bailan, es el último cuarto de esta fiesta, el más reventado, el más enfermo, las mentes más torcidas comulgan en este lado y se agitan frente al hombre que los hace bailar como si fueran llamas gigantes.
Unas chichis femeninas y naturales parecen un animal en especie de extinción. Y son tan notorias cuando son naturales, y su generosidad y su abundancia envuelta en flores podrían detener el mundo, o eso parece.
¿Qué diría William Burroughs de mirar este escenario? El que vio y estuvo en el Chimu, ¿qué nos diría el viejo tío de estos escenarios? Seguro tomaba su jeringa con metadona y se arponeaba antes de salir a bailar. Esta ciudad parece ser fundada sobre una escena sexual.
Las escaleras para llegar a la parte dura de la fiesta son como las del Paraíso, llenas y lentas. Los que suben y los que bajan sudan. Cada uno de ellos viene o vino a competir con eso con lo que vino al mundo, con lo que decidió operarse y con los resultados de estar frente al escritorio o en el gym. Todo lo abandona uno con la imagen que la transgresión nos trae. En medio de un montón de cuerpos sudorosos se besan un hombre y una mujer, como si fueran los últimos ejemplares de su especie. Allá protegida por un grupo de hombres, una mujer lleva los senos al aire. Y nadie le hace caso.
Si esta fiesta se llevara a cabo al aire libre, la temperatura alrededor del DJ sería la misma. Esta atmósfera debe ser similar a la que hubo en la Tierra antes de la fotosíntesis. Un espejo empañado reproduce este mundo, pero sin acercarse en nada a la exactitud y lujuria del mundo real. Los cuerpos se mueven y derriten a un ritmo que es imposible de imitar.
La luz del día ya va llegando.
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