Texto: Memo Bautista
- En Cuajimalpa la noche del Grito adquiere tintes de fiesta de patronal. Hay amnistía para los bebedores y los sombreros tejanos sustituyen a los de charro. Los soldados son parte del folclor; hay que tomarse una foto con ellos.
Festejar la noche del Grito de Independencia de México en el Zócalo es un acto que pone en entredicho la honorabilidad de todo asistente. No importa si una familia va porque hace 30 años los niños que ahora son adultos quedaron maravillados con los resplandecientes perfiles de Hidalgo, Morelos y demás próceres formados con la luz de colores de miles de focos de 100 watts; o que quieran que sus hijos vean un espectáculo parecido con focos LED ahorradores (¡Cuánto ha avanzado la tecnología); o si son turistas visitando por primera vez esta ciudad, la cual exige como punto indispensable del recorrido la Plaza Mayor, sobre todo en esta fiesta. Para el resto de los habitantes de la Ciudad de México, que protestan con fiereza en redes sociales, todos los que ponen un pie en esa plaza y tienen una sonrisa o gritan un ¡Viva! son acarreados. Sí, esos que el gobierno convenció con una torta, un plátano, un jugo y 200 pesos para hacer bulla y que el antipático Enrique Peña Nieto tenga quien conteste su arenga.
Pero en las delegaciones, que pronto serán llamadas alcaldías debido a que la reforma política que convirtió al Distrito Federal en Ciudad de México lo establece, es distinto. Sobre todo las que se encuentran al sur o al poniente y en la frontera con el Estado de México, como Cuajimalpa, tan alejada del bullicioso Centro Histórico.
LEE: Que cien años no es nada. El Dux de Venecia y su fiesta de centenario
¡Ay! Cuajimalpa y los contrastes. Por un lado están las colonias populares que forman parte de los pueblos originarios que integran la demarcación. Por otro, los lujosos proyectos residenciales que pocas personas pueden pagar y la oficinas de corporativos importantes en México. En la zona popular tuvo su refugio Pedro Infante; en la zona exclusiva de Bosques de las Lomas tuvieron el suyo La Barbie, operador del narcotraficante Édgar Valdez Villareal; Vicente Carrillo Leyva, hijo de Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos; y Christopher Hamlet, narcotraficante buscado por la DEA.
Aún así Cuajimalpa intenta conservar fiestas patronales que les den identidad a los pocos habitantes oriundos de la zona, como las de Semana Santa o el Carnaval de San Pedro. Solo entonces se respira un aroma a fiesta de pueblo.
****
Llegar a Cuajimalpa no es empresa fácil. Es una tarea que pone a prueba la paciencia de cualquier ser humano. A las 5 o 6 de la tarde, cuando la gente va de regreso a sus casas, sobre las avenidas Constituyentes, Reforma y la Carretera México–Toluca, las llantas de los autos y camiones apenas ruedan. Por más que quieran no pueden avanzar. No sólo se trata de buena parte de las 199,224 personas que viven en esta zona rodeada de bosques y que a diario salen de la demarcación, para trabajar o estudiar en otras áreas de la Ciudad de México; también de otros miles que viven en Toluca y trabajan en la capital mexicana. Si uno llega en menos de una hora al pueblo de San Pedro Cuajimalpa desde el metro Tacubaya, escasos 15 kilómetros, es porque la suerte le favoreció ese día. Sin embargo, ninguno de ellos se pierde el festejo del Grito de Independencia, ya sea en sus casas o en la cabecera delegacional.
LEE: Viaje al sur profundo de la Ciudad de México
Ese día los camiones no entran a las calles de este vecino del Estado de México. Los accesos están cerrados porque la fiesta convoca a miles, principalmente de los cinco pueblos que comprenden Cuajimalpa: San Pedro Cuajimalpa, San Lorenzo Acopilco, San Mateo Tlaltenango, San Pablo Chimalpa y El Contadero, además de algunas de las 44 colonias que son parte de la demarcación. Todos ellos parecen hormigas que van y vienen sobre las arterias principales: Juárez, Veracruz y J. María Castorena. Así que uno debe bajar en la carretera, en la gasolinera, y caminar por la avenida Juárez para llegar a la delegación.
****
Nos unimos a la marabunta que camina hacia un punto fijo: la explanada delegacional. Los caminos siguen la ruta trazada por las montañas ahora cubiertas por asfalto. Las pendientes son lo suficientemente inclinadas como para que uno eche hacia delante el cuerpo al subir y ganarle a la gravedad. O sacar un poco el pubis en las bajadas para no caer de bruces. Con estas pendientes todo el que vive en esta parte de Cuajimalpa, sin auto, agarra condición física.
Ahí vamos hacia la celebración, detrás de muchachos con el cabello recién cortado, el cuerpo perfumado, la ropa de fiesta; la familia que porta sombreros de charro y visten playeras con estampados que simulan la camisa blanca, el corbatín colorado y el saco negro de adornos y botones dorados de un mariachi. Por supuesto, las chicas con el cabello recién alisado, los labios rojos y los ojos delineados, los jeans un tanto ajustados y tenis. Las botas se quedaron guardadas porque en esta ocasión solo estarán de pie, aunque si lo permiten las cerca de diez mil personas amontonadas, bailarán cuando se presente la Banda Cuisillos o la Banda Machos. Aquí no abundan los enormes sombreros caricaturescos de charro, sino el sombrero tejano; alrededor de la delegación varios sujetos los venden. Están de moda igual que la música banda, por eso los grupos que amenizan la noche mexicana solo interpretan ese género.
Primero hay que librar los retenes de entrada. Policías de la Secretaría de Seguridad Pública del sector Cuajimalpa revisan a todo el que carga una mochila. Pasa el agua, luego de ser inspeccionada por la nariz de los elementos de seguridad. El alcohol no tiene cabida, así que aquellos que compraron cerveza hacen el terrible sacrificio de beberla en las vallas, con toda calma, antes de entrar. No son los únicos. En las calles que rodean las instalaciones de la delegación, grupos de cuatro a seis integrantes beben un poco, sentados en una banca o en las jardineras de cemento aledañas a la delegación, para entrar en ambiente. No se complican la existencia con las botellas. La de licor la vacían en el envace de tres litros de refresco de cola o toronja para que se mezcle y desde ahí servir en vasos desechables o en botellas de 600 mililitros que momentos antes contenían alguna gaseosa.
Esta noche nadie los detendrá por beber en el vía pública. Hay una especie de amnistía. Hasta las dos de la mañana, cuando termine la verbena en la explanada, y algunos de ellos monten sus autos y conduzcan por las pendientes como si se tratara de una carretera, o peleen con otros borrachos que los miraron feo. No importa la razón, el chiste es desfogarse con los puños.
****
“Sonríele al soldado”, dice el padre a su hija de unos cinco años que está en medio de dos elementos del Ejército Mexicano, sentada sobre una Hummer adaptada como camioneta. Un soldado carga un arma larga siempre hacia abajo. Estira los labios con un poco de esfuerzo hasta que su rostro se vuelve más amable. El otro no requiere tanta osadía, ríe con facilidad.
“Abraza al soldado, ¿qué, no estás contenta?”, vuelve a decir el progenitor de la niña que apunta desde unos metros su teléfono celular para que guarde por siempre esa imagen. La madre se acerca, acomoda el sombrero tejano a su hija que ya descompone la sonrisa. La pequeña abraza al militar y dibuja un gesto tieso. Ya no disfruta el momento.
A un lado, atrás del escenario, unas cien de personas rodean un camión amarillo. La Banda Cuisillos está a punto de terminar su actuación. Hay que acercarse para tomar la foto de los integrantes al abordar, pedir un autógrafo, sacar una selfie y subirla a las redes para que viva solo un par de minutos y luego se olvide para siempre en la inmensidad del Internet
—¿Usted es Felipe Calderón? —pregunto a manera de broma a un policía en cuya identificación bordada en su uniforme se lee: F. Calderón. P.
—Soy Felipe Calderón, el Preciso —contesta con sarcasmo mientras señala su placa.
—El Putito —responde otro uniformado entre risas.
“Hoy nada más resguardamos”, me platica el oficial Calderón con calma. Los 23 años en la corporación policiaca le han enseñado a mantener la serenidad, sin perder el estado de vigilia. “Están los filtros, revisamos que no vaya a pasar alguna bebida alcohólica, armas. Y lo de siempre, si cualquiera nos llega a requerir, alguna denuncia ciudadana, que se estén drogando o tomando. Se pasan al Juez Cívico porque es una falta administrativa. En nuestro sector se presentan muchos de estos servicios: pueden ser estadios, eventos de este tipo, eventos musicales…”.
Un grito de mujer, entre el bullicio de la gente y la música del Grupo Kual, que en ese momento toca en el escenario, interrumpe la plática. Una policía ha sido golpeada por una camioneta a la que por alguna razón le permitieron el paso a la zona de vallas. La mujer que conduce el automóvil intenta calmar la situación. Baja, ofrece llevar a la herida al hospital. Una decena de policías la rodean para que no huya y piden una ambulancia.
“A veces la gente se siente agredida. Muchas veces nosotros tenemos el tono de voz fuerte y no es con el afán de agredir, sino que así hablo”, me platica el oficial Calderón sin perder de vista a su compañera recostada en la banqueta. “Damita, permítame, la entrada es por acá”, dice el policía con voz de mando sin emitir sonrisa. Actúa como si tuviera enfrente a la mujer. “No, que no me grite. Entonces avienta el vehículo, como en este caso. Ya lo está utilizando como un arma y eso ya se considera un delito”.
Una policía pide una ambulancia, se nota alterada, más bien enojada. La dueña del vehículo insiste en trasladar a la mujer que atropelló al hospital. Está asustada y frustrada. Sabe que pasará la fiesta mexicana esperando turno para que el Juez Cívico le fije una multa.
LEE: El Escudo Yucatán o la policía de la decencia blanca
****
Desde hace 17 años María del Pilar cruza de extremo a extremo la Ciudad de México, Este día, 15 de septiembre, deja Ciudad Nezahualyotl, al oriente de la capital, y acude a la explanada de la delegación Cuajimalpa a vender sus algodones de azúcar. Algunos niños y adolescentes se detienen cuando ven que vacía los granos coloreados con pintura vegetal rosa, azul o amarillo, en el pequeño cuenco que gira a gran velocidad. El trabajo del calor que derrite el azúcar, el aire que la solidifica y la fuerza centrífuga provocan se formen hilos dulces, tan ligeros que el aire se los lleva. Antes de dar vuelta a la vara delgada que sostiene en la mano para formar el algodón, María deja escapar algunas hebras de azúcar que vuelan como si se tratara de pelusas. Ahí van los menores tras ellas entre risas y saltos. Quieren la dulce recompensa.
Tenía 17 años la primera vez que llegó a vender a Cuajimalpa, apenas estaba aprendiendo el oficio de crear golosinas en forma de nube. A veces se le quemaban, otras ocasiones no podía formar el algodón en la vara. Hoy produce más de 100 desde las cuatro de la tarde hasta las dos de la mañana, que recoge su puesto y se regresa a su casa.
El aroma de alitas de pollo fritas y adobadas, las quesadillas y gorditas, las crepas, los tacos de chorizo verde y demás antojos se mezclan a cada paso. Un puesto con elotes llama la tención. Sus mazorcas tienen granos gruesos, suaves, mantequillosos: el maíz cacuhazintle es cotizado por los comedores de maíz. Solo se vende en época de lluvias. En septiembre comienza la escasez de este alimento al que le basta estar hervido y un poco de limón y sal para convertirse en un manjar.
Es una suerte que don Arturo Hernández Segura los venda esta noche. Esa es su actividad diaria, el comercio de elotes y esquites. Esta noche dejó el llamado Barrio Negro de Cuajimalpa para vender su comida a un costado de la explanada de la delegación. “Desde hace como ocho años vengo aquí a vender. Antes la fiesta del Grito era más tranquila, no había tanta gente, tantos eventos. Ahora baja la gente de Zentlapatl, de Chimalpa, de Acopilco; vienen de la Navidad, de San Fernando, de la Pila, Cristo Rey”.
LEE: El lado oculto de un taquero
****
A las 22:50 las pantallas colocadas en la explanada muestran a una escolta formada por cinco soldados del Ejército Mexicano que entrega la bandera a Miguel Ángel Salazar Martínez, el jefe delegacional de Cuajimalpa. El hombre en cuanto da la vuelta queda de frente a la muchedumbre. Comienza a desgañitarse con la arenga en la que menciona a los próceres de la independencia y concluye muy chilango: “¡Viva la Ciudad de México! ¡Viva la delegación Cuajimalpa! ¡Viva México!”
La gente no deja de gritar ¡vivas! Para nadie es secreto que como buen priista trae “invitados” de los cinco pueblos de Cuajimalpa. Si el hombre fuera parte de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) coordinaría no solo a los 800 indígenas beneficiarios del Programa para Mejoramiento de la Producción y Productividad Indígena, que este año trajeron solo de Querétaro para llenar el Zócalo; seguramente lo haría por lo menos con la zona centro del país.
Pero es día de fiesta nacional, hay conciertos, comida y alcohol. Qué importa que el hombre fuera responsable de un enfrentamiento en San Mateo Tlaltenango que dejó varios heridos durante su campaña electoral; que haya rebasado por dos millones de pesos el tope de gastos de campaña; que su historia de nepotismo comience con su esposa, María Cristina Baltierra que durante la campaña electoral estuvo en la nómina de la delegación.
Los fuegos artificiales dibujan una lluvia de colores en el cielo negro. Una gran foto de Pedro Infante vestido de policía, desde el edificio que ahora es su museo, mira la escena con ojos retadores, cuestionadores mientras se escucha de fondo el Huapango que estrenara el compositor José Pablo Moncayo en 1941 en el Palacio de Bellas Artes. Una chispa cae en una bandera que adorna la pared de un edificio de la delegación y en menos de dos minutos es consumida en su totalidad
A las 23:30 las familias emprenden la retirada. Queda en el escenario la Banda Machos y unos cuantos machitos que creen que beber alcohol en la vía pública es de hombres muy hombres. De cualquier forma no estarán por ahí luego de las dos o tres de la mañana. Los policías los expulsarán porque trabajadores de limpia deben dejar la explanada y calles aledañas relucientes. Al siguiente día Cuajimalpa tendrá su desfile que encabeza por un tramo, hasta que llega a su asiento en una tarima para apreciar los cortejos, el jefe delegacional.
Tal vez por eso la estatua de Miguel Hidalgo, a un costado del Templo de San Pedro Apóstol, parece avanzar, huir hacia donde señala su brazo: a Toluca. Habrá que informarle que allá las cosas están igual de mal que aquí.
- Abraza al soldado. La noche del Grito en Cuajimalpa - 14/09/2018
- PERVERT, todos los lados de la moneda - 07/09/2018
- Que cien años no es nada. Fotos del Dux de Venecia y su fiesta de centenario - 01/08/2018