Por Memo Bautista
El rostro serio y duro de Raúl Esquivel Carbajal, el Jefe Vulcano, emblemático director del Heroico Cuerpo de Bomberos de la CDMX, se suavizaba cada vez que pensaba en su platillo favorito. Cerraba los ojos, sus labios delgados dibujaban un gesto de antojo y paseaba la lengua levemente por el exterior de su boca. Cuando abría los párpados miraba hacia el infinito. Su mente no permitía más estampa que la del manjar. Parecía que tuviera enfrente al objeto de su deseo: un humeante plato de frijoles negros.
“No pueden faltar los frijolitos negros. Me gustan mucho”, me dijo en una plática que tuvimos en 2018 en un comedor del Centro Histórico de la Ciudad de México. Le gustaba la comida sin pretensiones, esa que prepara la cocinera de la fonda o de la cocina económica. El Jefe Vulcano salivaba de manera inconsciente cada vez que recordaba otra de sus comidas predilectas. “¿Sabes también qué se me antoja? La sopa de fideo, con su espinaca y tocino”.
Era extraño ver a Raúl Esquivel Carbajal sin el uniforme azul marino, la camisola de manga larga que exhibía en los brazos los escudos de la corporación a la que perteneció casi 50 años y las insignias de su grado en los hombros. Desde el 6 de marzo de 2018 se convirtió en un civil más, luego del conflicto laboral que tuvo con Ismael Figueroa, el líder del Sindicato de Bomberos de Ciudad de México —quien en julio 2019 sería cesado y denunciado por acoso sexual, venta de plazas y enriquecimiento ilícito. Hasta la Interporl lo boletinó—. Al final el propio Jefe Vulcano terminó con el problema cuando decidió renunciar al mando del Heroico Cuerpo de Bomberos y retirarse del oficio para el que nació. O eso era lo que contaba.
En realidad, Miguel Ángel Mancera, entonces Jefe de Gobierno de la CDMX, le pidió que dejara el cargo para terminar con el conflicto. Luego lo nombró subcomisionado de la Comisión de Reconstrucción de la Ciudad de México, creada para coordinar los trabajos y la reparación de los daños que dejó en la capital el temblor de septiembre de 2017.
LEE: 1985: el temblor en un túnel del metro
***
Aquella vez que comimos juntos, el Jefe Vulcano vestía una camisa azul cielo bien planchada, un pantalón recto de color gris con rayas muy discretas y zapatos negros de choclo. Se veía elegante. No se remangaba la camisa ni para jalar una de las papas a la francesa que pedimos para botanear mientras platicábamos. Aún así su semblante era triste pero irradiaba cada vez que hablábamos de su labor como bombero.
Resultaba extraño llamarlo por su nombre. Desde el 1 de junio de 2005, adoptó involuntariamente la clave del Director General del Heroico Cuerpo de Bomberos de la Ciudad de México: Vulcano. Pocos conocían su nombre de pila. Cuando alguien lo reconocía en los restaurantes o cuando caminaba por la calle, la gente no saluda a Raúl Esquivel; ellos se dirigían al Jefe Vulcano.
El día que nos encontramos el Jefe Vulcano tenía 73 años. No tenía panza abultada ni arrugas. Se notaban las líneas de expresión del rostro y le colgaba algo de algo de piel del cuello. Sólo eso. Decía que era resultado del ejercicio que hacía todas las mañanas y, sobre todo, la alimentación que tuvo mientras fue apagafuegos. En la cocina de la estación de bomberos preparaban verduras, caldos y en general comida nutritiva y que no propiciara la obesidad. Contaba que un nutriólogo sugería el menú y los bomberos cocinaban.
“Se hace para los elementos, para que tengan un organismo completamente sano, porque se requiere que sean rápidos y sean delgados”, platicaba el ex bombero. “Muchas veces delgaditos para entrar a cualquier parte, para el rescate de personas, en un choque meterse entre los asientos para sacar a los lesionados”.
El Jefe se quedó con la costumbre y siguió comiendo igual: verduras, calditos, arroz con huevo. Pero lo que realmente disfrutaba eran los mariscos, su jugo o agua de naranja y su medio litro de leche en la cena. Era un hombre de gustos simples.
“¿Cómo se siente sin el uniforme?”.
“Tranquilo. Claro que son 48 años uniformado ¿te imaginas? Hoy de civil me siento bien”.
Casi medio siglo en el oficio de apagar fuego. No estuvo nada mal para alguien que de niño ni siquiera sabía que existía un cuerpo de bomberos.
LEE: La garnacha, comida típica, de barrio y tradicional
***
El joven Raúl quería ser militar: la disciplina, el desenvolvimiento de los elementos en los desfiles, los imponentes vehículos militares llamaban su atención. Sin embargo, no tenía idea de cómo ingresar al Ejército. Su padre había sido policía y después de su jubilación compró un camión. Incluso enseñó a Raúl a manejar uno de pasajeros. Un día el muchacho fue a la Merced a comprar refacciones para el vehículo de su papá. Cuando miró al otro lado de la acera quedó sorprendido. Una flotilla de camiones de encendido color rojo, con trompa larga, sin capote, luz de sirena en el borde del parabrisas y equipados con escaleras, mangueras y demás implementos para apagar incendios, lo sedujeron. Movió la vista y descubrió siluetas en un elegante impermeable y un sobrio casco negros.
Raúl se sentó a los pies de un árbol a contemplar la escena durante una hora. A la siguiente semana regresó por más refacciones. De nuevo se embelesó con el sexi camión convertible y el soberbio ropaje negro. Tenía que manejar uno de eso camiones y verse igual que esos hombres.
“Pregunté qué se requería. Pues ahí lo principal era la cartilla militar y el certificado de la primaria. Usted meta su cartilla y su certificado y pasa el examen físico y médico. No, pues de inmediato me pasaron con el médico, me hizo el examen. Toda mi vida mi físico ha sido sano cien por ciento, yo no padezco de ninguna enfermedad. Hoy a mis 73 años nunca he sabido qué es una calentura, un catarro, una gripa”, aseguraba mientras sacaba el pecho orgulloso.
Al otro día se presentó a trabajar. Era el 1 de agosto de 1969 cuando Raúl Esquivel comenzó a lavar pisos, a trapear, a lavar los platos del personal: sus primeras actividades como bombero. Pasaría tiempo para que se enfrentara a un incendio, aunque no tanto para subir a uno de los impresionantes camiones. Tenía licencia metálica que lo acreditaba como chofer de vehículos pesados. La instrucción que recibió desde los siete años en el volante de un camión de pasajeros rindió frutos. Pidió hacer una prueba, sacaron una unidad y lo dejaron manejar. Su 1.85 de estatura siempre le ayudó a controlar a esas bestias de motor. Al otro día ya operaba los carros bomba.
“¿Sigue trabajando de cinco de la mañana a diez de la noche?”.
“Ya he bajado un poquito el ritmo. Ya es de las ocho de la mañana y terminamos seis de la tarde, siete de la noche cuando mucho. En mis 48 años de servicio, en más de 36 yo jamás tuve un día de descanso o de vacaciones o que me enfermara”.
Para el Jefe Vulcano era difícil abandonar los hábitos adquiridos en décadas. Estaba acostumbrado a dejar la cama antes de las cuatro de la mañana e ir temprano a la oficina para vigilar la ciudad desde sus tres monitores de pantalla plana o escuchar la llamada de auxilio en alguno de los tres radios que utilizaba. Tras su retiro la costumbre de madrugar se le quedó así que desde esa hora hacía algunas labores de casa, cortaba el pasto, regaba el jardín, podaba los arbolitos. Desayunaba con doña Elba, su esposa, quien le hacía los chilaquiles con huevo estrellado que tanto le gustaban, el café negro, su jugo de naranja.
“La conocí en una ocasión que fui a llevar a mis padres a la terminal camionera, a Taxqueña”, contaba con nostalgia el Jefe Vulcano. “Llegó un autobús de Monterrey. Una señora con su esposo y tres jóvenes batallaban con sus maletas. Yo les ayudé a bajarlas y a ponerlas en un lugar seguro. Ahí fue donde conocí a mi esposa. Era hija de ellos”.
Don Raúl ya era bombero y se acercaba el festejo de su oficio. Invitó a la familia de la chica que quería conquistar al evento. Impresionó a la muchacha con los honores a la bandera, la escolta de bomberos –de la cual él fue abanderado por mucho años—, la banda de guerra y más. Al poco tiempo se casaron y pasaron casi 50 años juntos. Al Jefe Vulcano le gustaban las acciones a largo plazo.
“Está un poquito también descontrolada”, decía con un tono de ternura al pensar en su esposa. “Yo salía a las 4:30 de la mañana y regresaba por la noche, toda mi vida fue así. Pero hoy ya desayunamos, hay ocasiones que comemos juntos. Y lo que sí es siempre: cenamos juntos. En la mañana la acompaño a diferentes puntos, voy por mis nietos a la escuela. En fin”.
“Es como su jubilación”.
“Así es. Aquí lo importante es que aún estoy sano y puedo disfrutar mi juventud, porque estoy completamente sano, todo mi organismo. Puedo disfrutar mi vida con una tranquilidad tremenda, con la salud, con mi familia”.
***
La mano del bombero se acercó a una papa frita. Se veía con algunos cayos, seguramente producidos por la fricción con la línea de agua y las herramientas para su trabajo. Pero no había cicatrices visibles que narraran su encuentro con las tragedias que hirieron a esta ciudad: los incendios de las tiendas Astor y Blanco en los 70, los terremotos de 1985 y 2017, la explosión de la planta de almacenamiento de PEMEX en San Juan Ixhutepec en 1984 —la que le causo mayor impacto porque vio a gente correr mientras eran consumidos por las llamas— o la explosión del hospital infantil de Cuajimalpa en 2015. Tampoco había una marca de la vez que quedó atrapado entre los escombros de un techo que colapsó cuando trataba de extinguir el fuego de una fabrica de veladoras. Hasta presumía que en 48 años no sufrió estrés.
“Nunca me llegué a estresar con miedo, pavor”, contaba muy tranquilo. “No sé ni qué es, si existe. Nunca lo he tenido. Cuando estuve al frente de la institución, cuando estuve al frente de la estación de bomberos de Tláhuac, siempre estuve muy atento a los incidentes. Y te repito, nunca me llamó la atención irme a descansar”.
Aunque era una celebridad de Twitter, el ex bombero no tenía el teléfono celular en la mano. Rompía con el estereotipo del influencer chocante que busca contar su vida a través de tuits y selfies. De hecho era de los pocos personajes de Internet que utilizaba la red social solo para el trabajo. Hasta antes de dejar su labor como bombero ahí avisaba de los eventos a los que asistía personalmente en esta ciudad, que llega a tener al día más de 120 emergencias como incendios, inundaciones, fugas de gas, choques, árboles caídos, derrumbes, hasta rescate de gatitos, como la última acción que superviso el Jefe Vulcano.
Como civil, don Raúl tuiteaba sobre las reuniones con damnificado del sismo de septiembre de 2017, y como persona bien educada daba los buenos días y las buenas noches.
“Hace años cuando empezábamos a trabajar, cuando llegó el doctor Mancera, yo de la computadora y todo eso, nada. Yo, mi trabajo de operativo y ya mi gente, la secretaria, se encargaban de todo eso. Pero llegó la orden por el jefe de gobierno que debíamos tener y estar en las redes sociales. No me quedó otra más que aprender y manejarlo, y de ahí nos metimos” contaba entre risas incrédulas. No imaginó que un día m´ás 184 mil personas y contando estuvieran interesadas en lo que escribía en la red social .“Y yo pues ya a mi edad tuve que meterme en las redes sociales, tuvimos que meternos a una cuenta y estamos trabajando bien en mi Twitter”.
Aún así le fallaba. Había veces que no ingresaba bien su contraseña o que la tecla de mayúsculas le jugaba malas pasadas. Un día en su casa no podía entrar a su cuenta por más que escribía en la tableta. Su nieto de seis años lo observaba. La cara de desconcierto del abuelo provocó que el niño le prestara auxilio. Con dedos hábiles por fin el nieto resolvió el problema. “Póngase listo”, reprendió al abuelo que solo pudo defenderse con un “chamaco cabrón”.
“¿Extraña ser bombero?”.
“Pues sí se extraña”, contestó con melancolía. “Se extrañan los servicios, el contacto diario con la ciudadanía. Aunque hoy tengo contacto, pero muy de vez en cuando. Y anteriormente era diario en situaciones muy difíciles, en situaciones muy buenas y en situaciones extraordinarias. Pero con el apoyo de mis compañeros y toda mi gente, ahí vamos. Vamos a seguir trabajando fuerte para hacer las cosas muy bien”.
***
Retirar al Jefe Vulcano del servicio fue como haberle quitar un cachito de vida, ese que lo hacía sentir adrenalina, su esencia. Quienes le arrebataron su empleo como bombero también le robaron la alegría y lo condenaron a morir poco a poco. Por eso cada vez que podía el hombre exponía su melancolía por los días en que combatía el fuego. “Hay quienes no tienen idea del honor que representa formar parte de tan noble y heroica institución”, escribió en su cuenta de Twitter el 17 de octubre de 2018; “Les confieso que este domingo me quedé con las ganas de combatir el incendio del Mercado de San Cosme”, tecleó el 23 de diciembre de 2019.
Cuando salimos del comedor, el Jefe Vulcano y yo caminamos por las calles del Centro Histórico, pero no podíamos ir muy rápido. La gente lo paraba al reconocerlo: “Mi Jefe ¿cómo está?”, “Siga así, Jefe”, “¡Usted es mi héroe!”. Y él se detenía y posaba con su cara seria para que le tomaran una foto.
Este 24 de mayo de 2022, Raúl Esquivel Carbajal, el Jefe Vulcano, murió. Tenía 77 años. Sus seguidores en Twitter y los habitantes de la CDMX en general lo llamaban héroe. Y tienen razón, aunque no recibe ese mote porque haya sido un apaga fuegos, sino porque encarnó lo que cualquier persona de a pie espera de un servidor publico: que en un momento de apuro lo auxilie y que por lo menos le diga “vamos para allá”.
- Noemí, la crack del futbol LGBT en Azcapotzalco - 28/06/2022
- El sabor de la fe. Las cocineras de la Pasión de Iztapalapa - 16/06/2022
- Jefe Vulcano, el bombero que no conoció el miedo - 24/05/2022
- Periodista, editor y productor de radio