- Las cantinas mexicanas surgen durante la invasión estadounidense.
- Algunas cantinas centenarias están en la zona oriente y norte del Centro entre el comercio popular y el turismo alternativo.
En México, las cantinas obtuvieron sus primeras licencias a finales de 1800, pero existen desde la época colonial. Se hacían llamar tabernas, tendejones o vinaterías y vendían toda clase de bebida embriagante. Cuenta Salvador Novo que el termino cantina comienza a usarse partir de 1847, durante la invasión estadounidense. Los soldados gringos querían que los licores y las bebidas estuvieran mezcladas, lo cual motivó su venta en sitios que llevaron el nombre de “Cantinas”. La gran mayoría se abrieron en lo que es hoy el Centro Histórico, la antigua Ciudad de México.
Hoy algunas de esas cantinas centenarias han quedado en la zona oriente y norte del Centro, en donde viven sus auténticos habitantes, el comercio popular y ambulante sustituye a las también invasivas plazas comerciales y el turismo lleva el adjetivo de alternativo.
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Ahí está La Peninsular, en el barrio de la Merced, que desde que cerró El Nivel reclama el título de la más vieja de la ciudad. Pancho Villa la convirtió en su refugio y Lucha Villa en su sitio favorito para echar trago. Era tantos los borrachos que de ahí salían que fue obligada a ofrecer comida para evitar un mayor nivel de embriaguez en los clientes. Ahí don Ruti y Jimmy, personajes de la película “El callejón de los milagros” tuvieron un romance. O qué tal La Potosina, que cada vez que juega el Atlante cambia su nombre a “La Potrosina”. El primero en ponerse la playera azulgrana es don Roberto Solórzano, el propietario. Tal es su afición que en una pared están las fotos, muchas autografiadas, de los jugadores que hicieron época con ese equipo de futbol. Entre la cerveza, los chicharrones de harina y la leyenda de que ahí se planeó el asesinato de John F. Kennedy, Suena la porra de los Potros del Atlante: “Les guste o no les guste, les cuadre o no les cuadre el Atlante es su padre, y si no a chinguen a su madre”.
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Unas calles adelante está el Salón España, a un lado del Colegio Nacional, ese recinto que reúne a las grandes mentes mexicanas de nuestro tiempo, en lo que fuera en Convento de la Enseñanza. Es un museo con recuerdos de la Revolución al que los empleados de la Secretaría de Educación Pública, los del Museo del Templo Mayor y uno que otro transeúnte va a degustar y hablar de los más de 170 tequilas don José Ascencio, el dueño de este lugar, manda desde Arandas, Jalisco, donde vive actualmente.
Lo mismo pasa en La Dominica en la esquina de Belisario Domínguez, en una casona barroca de muros de tezontle color vino y marcos de cantera. Al rededor de la barra, que conserva las escupideras en los extremos y en el piso, así como una caja registradora que casi alcanza el centenario, se reúnen los parroquianos de siempre, los del barrio, los que pasan la tarde platicando de su día con don Poncho, el encargado. Que observador resultó escritor Armando Jiménez, conocedor la cultura popular mexicana. Él decía: “La Ciudad de México es tan grande que ya no conocemos el nombre del vecino que vive al lado o enfrente, y todos necesitamos platicar con alguien, y que mejor lugar que una cantina o una pulquería”.
Siquieres acompañarnos a nuestro recorrido de cantinas el sabasá 15 de diciembre, guiado por el periodista Memo Bautista, checa el evento aquí.
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