Uno de los santos que ha generado una compleja red de relaciones sociales en la CDMX es San Judas Tadeo. San Juditas para sus seguidores. Entre sus devotos se encuentran ancianos y adultos maduros, quienes por tradición mantienen una alianza religiosa que ha impactado a lo largo de su historia de vida: reciben favores para ellos y su familia y por eso transmiten la devoción y el agradecimiento montando altares en la casa y llevando al templo veladoras, flores y la imagen del santo tatuada. También hay jóvenes y adolescentes que viven y expresan su fe y agradecimiento vistiendo playeras, gorras, collares y pulseras con la imagen del santo.
Pienso en la anécdota de Gerardo, un chico gay que, dice, siempre ha contado con la protección de San Juditas. Incluso entre sus amigos ha propagado la devoción no importando que vivan diferentes condiciones sociales, económicas, culturales, políticas, sexuales e incluso religiosas. Nada de eso importa, ellos han encontrado en la figura de San Juditas un consejero, protector, patrón, amigo e intercesor para los casos difíciles, desesperados e imposibles.
“Recuerdo que mi papá siempre fue muy devoto de San Judas —dice Fernanda, una mujer de 30 años, que vive en un barrio de la delegación Miguel Hidalgo. Tiene dos hijos, el más pequeño con una enfermedad crónica; su esposo es seguidor de la Santa Muerte, pero ella prefiere seguir a San Juditas—. En la casa siempre había una imagen de él y yo aprendí a tenerle mucha fe y siempre me ha ayudado. No siempre han sido cosas difíciles pero me ha ayudado, sobre todo con la enfermedad de mi hijo”.
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Los miles de seguidores se dejan ver en grandes multitudes los días 28 de cada mes, especialmente el 28 de octubre, día del patrono, tanto en la calle —donde se coloca alguna imagen del santo—, en estaciones del metro, en las avenidas cercanas a los templos y, por supuesto, en los propios templos: la Parroquia a San Judas que se ubica en la avenida Instituto del Petróleo, en el norte de la CDMX; la Parroquia a San Judas en Calzada del Hueso, en el sur, y el Templo de San Hipólito, en la esquina de Reforma y avenida Hidalgo, en el Centro.
En estos espacios confluyen las relaciones entre personas que vivencian sus casos perdidos, difíciles, desesperados e imposibles asistiendo al templo o armando una pachanga en la calle con los cuates. Unos serán beneficiados de la protección de San Juditas cuando lleven a cabo algún delito —robos, asaltos en el transporte público o en las calle, secuestros o narcomenudeo—; otros le pedirán precisamente no ser víctimas de esas acciones. ¡Ah!, trabajo difícil para San Juditas. A él le corresponde, dicen sus seguidores, ser justo.
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Mayra, una chica que no rebasa los 20 años, arriba al metro Balderas. Se dirige a la estación Hidalgo. Lleva consigo una imagen de San Judas y una mochila donde se encuentran cinco bolsas con paletas de caramelo que regalará a las personas congregadas en el templo de San Hipólito. Así agradece que a Mario, su novio de 17 años, no lo hayan clavado en el tribilín —como se conoce en el barrio al tutelar para menores— y ahora se encuentra libre. Mario, el padre de su hijo de un año, robó con sus amigos una vinatería al poco tiempo de nacer el niño. Él no corrió tan rápido como sus compañeros. Lo agarraron y por cuestión de honor no delato a nadie. Casi lo sentencian pero a los tres meses lo soltaron. El dueño de la vinatería no presento más cargos. Mayra le encomendó al santo patrono la libertad de su pareja y por ello ahora le toca ir a agradecer y cumplir la manda. “Al patrón le tienes que cumplir porque si no se te revierte”, sentencia Mayra.
Miguel, un hombre de unos 40 años, se encuentra muy pensativo, sentado en la banqueta frente al templo de San Juditas sobre la avenida Instituto del Petróleo. Acaba de entregar su petición. Hace una semana le robaron su taxi, su instrumento de trabajo, así que desesperado solicita un milagro: encontrar su auto.
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Entre el ir y venir de agradecimientos y peticiones, paro un poco y reflexiono. En esta capital existe una constante violación a los derechos humanos: no hay fuentes de empleo, el salario mínimo es muy mínimo, la educación no es una verdadera opción para los niños, no existen suficientes espacios donde los jóvenes puedan desarrollar actividades deportivas o culturales, en las familias se preocupan y ocupan por subsistir, la salud se convierte en un privilegio; y la violencia se ha transformado en una cuestión personal y un modo de vida. Aquí no existe la inquietud por generar herramientas educativas, aumentar la seguridad social y la prevención del delito ¿Qué causa no será desesperada, perdida, difícil o imposible?
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