Durante la primera mitad del Siglo XX en México proliferaron autores que enriquecieron la música popular mexicana con letras jocosas. Quién no recuerda “Yo soy quien soy”, de Felipe Bermejo, o “Carta a Ufemia”, de Rubén Méndez, o “Tilingo lingo”, el son veracruzano Lino Carrillo, que todos los niños bailan en las primarias el día de las madres.
Entre todos ellos sólo uno hizo del humor, la picardía y el folclor urbano su especialidad. Salvador Flores Rivera, el célebre “Chava” hizo retratos sonoros del modo de vida de los habitantes de la capital mexicana y su sentir ante la aparente cotidianidad. Habló de la vida en el barrio y sus personajes, como el matrimonio de vecindad, los novios de taquería, la quinceañera de barriada, los gorrones de fiesta. Se le conoce como “Cronista musical de la Ciudad de México”, título no oficial que, sin embargo, tiene más valor porque se lo otorgó el pueblo.
Su vida como compositor empezó a una edad aparentemente tardía, a los 32 años. Antes, debido a la muerte de su padre y a las obligaciones de un matrimonio temprano, tuvo que trabajar. Y mucho, casi 20 años. Fue etiquetador y planchador de corbatas, cortador de tela, bodeguero y contador privado, carrera que estudió, aunque no terminó. Luego abrió una camisería, vendió calcetines y zapatos, fue dueño de una tlapalería, de una salchichonería y de un camión repartidor de carne. Todos sus negocios fracasaron.
Aunado a esto, su precaria situación económica lo hacía mudarse constantemente. Su peregrinar lo llevó por la Romita, la Lagunilla, Guerrero, La Villa, La Merced, Tacubaya, Escandón, Santa María la Ribera, Doctores, Obrera, Tepito y demás barrios de la ciudad.
Pero todo eso fue necesario para que observara la vida, se nutriera de anécdotas y protagonizara otras tantas. Con ese bagaje aportaría a la canción popular al rededor de 300 piezas.
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En 1948, tras la quiebra de su último negocio, Salvador encontró trabajo en una imprenta. Allí editó el “Álbum de Oro de la Canción”, cancionero que le permitió relacionarse con el medio artístico de la época y percatarse que su gusto por la música iba más allá del placer de escuchar y cantar los temas que entonaba la gente de a pie. Se dio cuenta que esas obras populares, como “Peregrina”, “La casita” o “Canción mixteca”, además de las zarzuelas y operetas que su madre le cantaba cuando era niño, le habían dado una formación e influencia musical.
Por eso, cuando en 1951 la crisis del papel provocó la suspensión del “Álbum”, se enfrentó con su verdadera vocación. Compuso su primera melodía, como lo haría con todas las demás: a chiflidos. Años después refinaría su técnica: grababa en una cinta sus silbidos y el maestro Federico Baena hacía la transcripción al pentagrama. Gracias a su amigo el cantante Fernando Rosas, la canción llegó a manos de Mariano Rivera Conde, director artístico de RCA Víctor.
Para 1952 “Dos horas de balazos”, una parodia de vaqueros con ritmo texano, interpretada por Los Hermanos Reyes, se vendía como pan caliente. Había surgido un nuevo compositor y se llamaba Chava Flores. La crítica no tardó en llegar: Cuco Sánchez calificó el tema como “pocho”. La respuesta tampoco se hizo esperar y llegó en forma de un corrido que contaba los detallas de una fiesta, como esas a las que todos hemos ido, donde se pasa de contrabando el tequila y se arma la pelea porque alguien le hizo ojitos a la esposa de un general. “La tertulia”, en voz de Pedro Infante, se convirtió en su segundo éxito.
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La suerte por fin le sonreía. A diferencia de otros compositores, como José Alfredo Jiménez y el propio Cuco Sánchez, que sufrieron para alcanzar su primer triunfo, Chava Flores logró colocar en unos meses dos canciones que se arraigaron en el gusto popular. De hecho, buena parte de su obra se concentra en los dos primeros años de carrera.
Dos décadas después Chava Flores ya tenía siete discos editados; dos en AGELESTE, su propio sello. Pero no sólo contó historias de la vida cotidiana, también dejó muestra de su talento en otros géneros, como el ranchero y la canción nostálgica.
Paradójicamente sus últimos años los vivió fuera del Distrito Federal, en Morelia, en una especie de jubilación. Pero en 1987 regresó por unos días. Cuenta su hija, María Eugenia Flores, que un día le pidió que lo acompañara. Después de estacionar el auto, Chava Flores se paró en una banqueta de avenida Juárez a contemplar la ciudad de sus amores. Luego hizo lo mismo en el Zócalo. Tenía cáncer. Había venido a ver a su México por última vez.
El 5 agosto de 1987, a los 67 años de edad, Salvador Flores Rivera, Chava Flores, el hombre que cantó las vivencias de personas comunes, como él mismo, como el que lee y como el que escribe, falleció. Sus restos están en el lote de los compositores del Panteón Jardín y como epitafio está escrita su canción “Peso sobre peso (La Bartola)”.
Imagen portada: SAM
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