Mi bello Deus:
Hoy en México celebramos el día del niño. Pero este año el festejo es diferente. Hay desde hace unos meses un bichito muy raro, pequeñito, más que los granitos de sal, que está atacando a los seres humanos en todo el mundo. Es prácticamente invisible. Su nombre es coronavirus y provoca una gripa horrible que se llama Covid-19. Duele el cuerpo, la tos es tan fuerte que no se puede respirar y sube mucho la temperatura corporal, tanto que ni los trapos mojados en la frente, como los que te ponemos mamá y yo cuando enfermas, logran disminuirla.
Mucha gente se ha enfermado y otros han muerto. Por eso tú llevas 40 días encerrado en casa, para que no te contagies y sufras. Mamá y yo estamos contigo en esta cuarentena ordenada por el gobierno. Tampoco salimos, sólo para comprar comida o por asuntos extraordinarios de trabajo. Sin embargo, no queremos que recuerdes lo triste que es saber que diario mueren por esta enfermedad más de 100 personas en México y más de mil se contagian.
En lugar de eso, además de la pizza, las paletas heladas y el pastel que te compramos para festejar, voy a contarte una historia en el cual tú eres el protagonista.
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Una noche estaba solo en casa. Echaba pestes porque estaba organizando una función de cine, faltaban cuatro días para el evento y no estaba todo listo. Tu mamá llegó y me dijo que me sentara. Ella fue con el ginecólogo porque se estaba atendiendo una ligera infección. Como parte del tratamiento tomaron un descanso de quince días. Entonces empezó a sentir inflamación a la altura del abdomen. Ella y sus amigas decían que era colitis. Y por más remedios caseros y medicamentos que tomó, la hinchazón no bajaba.
“Siéntate”, me dijo preocupada. Luego extendió un papel que le dio el doctor. Pensé que debían operarla. No entendía bien lo que decía la hoja porque la letra era parecida a garabatos, como la mía. Pero alcancé a leer algunas palabras: “Ultrasonido… usb…. embarazo”.
—¿Qué? ¿Hay que hacer un ultrasonido para checar si estás embarazada?
—¡No! ¡Estoy embarazada!
Mamá y yo nos miramos confundidos. Debo decirte que nos dio miedo. No es que tú fueras un monstruo. Es que no teníamos planeado que alguien más se integrara a nuestra familia pequeña. No imaginamos que te hubieras escondido tanto tiempo en el vientre de mamá. ¡El doctor le dijo que tenías como 20 semanas dentro de ella y no se había dado cuenta!
Al otro día fuimos al laboratorio para que le realizaran un ultrasonido. Cuando el radiólogo pasó el aparato por la panza de mamá se proyectaron algunas imágenes en una pantalla. Yo no distinguía nada pero el técnico me iba explicando: “Ahí está su cabeza. Acá los ojos, ¿los miras?”. Yo no alcanzaba a ver nada en concreto porque la imagen era difusa. Me pregunté cómo él distinguía las partes de tu cuerpecito.
—Vamos a escuchar el corazón —propuso el hombre.
Una gráfica de onda radioeléctrica apareció en la pantalla. El sonido era claro, intenso y penetrante. Pum, pum, pum pum. Todavía está en mi cabeza, como un eco. Pum, pum, pum pum. Fue impactante escuchar tu corazón.
—¿A poco no es la música más hermosa del mundo? El latido de un bebe en el vientre de su madre —dijo el hombre mientras paseaba el pequeño ecógrafo por el abdomen de mamá.
Yo me toqué la cara porque algo me dio comezón a la altura de la mandíbula. Me recogí un par de lágrimas.
—Es niño —volvió a hablar el hombre— Tienes veintiuna semanas.
¡Cinco meses! Mamá tenía el vientre casi plano. Semanas antes corrió un maratón. Haciendo cuentas tenías como tres meses dentro de ella. Aguantaste el zangoloteo y el esfuerzo que hizo su cuerpo para correr 42 kilómetros. Lo único que le paso a ella fue un mareo, ganas de orinar varias veces y un malestar en el abdomen que relacionó —otra vez— con colitis. Una semana después del ultrasonido ya te dejabas ver en una pequeña panza que cargaba mamá. Parecía que sólo esperabas una señal para expandirte.
El día que naciste cayó una tormenta en la Ciudad de México. Fue tanta el agua que el Viaducto, una avenida por la que antes fluía un río, volvió a tomar cause. Recuerdo que vi un relámpago y en ese momento me pregunté qué iba a enseñarle yo a otro ser humano, cómo lo iba a educar. Y también cómo iba a pagar las cuentas porque escribir historias reales, que es lo que yo hago, es un trabajo muy inestable, pero también uno de los más apasionantes del mundo.
“El universo nunca deja solos a sus hijos y no puede ser coincidencia que sea justo ahora”, me escribió una amiga cuando le platiqué que nacerías. “La felicidad no está en la ropa de marca o la escuela particular. Está en el amor, la atención y el cariño que se les da. Ustedes pueden criar a un ser humano fuerte, seguro, feliz, porque ustedes son fuertes”, remató.
Espero que las experiencias que hemos pasado juntos, como cuando hiciste llorar a mamá porque le dijiste que era tu heroína; o cuando me pides ayuda para subir tu bicicleta y lanzarte en las rampas del skatepark; o que nos sentemos afuera de tu escuela para comer un elote con queso; o este día del niño en cuarentena, con juegos, canciones y películas en nuestro departamento, queden en tu mente con mayor peso que la muerte y la tristeza de estos días de pandemia.
Papá.
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- Periodista, editor y productor de radio