Noche fría iluminada con luces artificiales. Ligero olor a ponche abrigador. Las familias unidas rodeando a un pequeño niño. Los ojos cubiertos con un paliacate; en las manos un palo de madera, sujetado con fuerza. La colorida piñata se eleva por los aires, hasta tener la altura adecuada para dar paso al cántico popular. Colores vuelan, impactos de amor y paz para concluir con el simpático “se parece a su papá”, o mamá, según sea el caso. Del menor al mayor, el palo con las dos manos y siempre cantando a todo pulmón. Así es la tradición mexicana, el ritual de la piñata.
Desde el Centro Histórico de la Ciudad de México el traslado es largo cuando el tráfico es pesado, aproximadamente dos horas. Cuando no, solo 40 minutos nos separan de Acolman, Estado de México, un municipio a 12 kilómetros de las Pirámides de Teotihuacán, poseedor de una de las tradiciones más significativas para las fiestas de fin de año: las piñatas.
Fruta en cajas con promociones, recuerdos, sillas, mesas, todo objeto de madera; un camino lleno de verde, algunos sembradíos de maíz; carretera repleta de transporte pesado, los gigantes del asfalto. Seguir la ruta a Teotihuacán es la opción más rápida para encontrar Acolman. Un gran arco nos da la bienvenida. Varios carteles de color resaltan en cada poste de luz, paredes de las casas e inclusive grandes espectaculares, anunciando la llegada de su mejor época, con una gran celebración.
Se dice que la primera piñata a México llegó en el año 1587, con los monjes agustinianos y la reventaron en el convento de San Agustín, ubicado en Acolman. Fue elaborada con colores y siete picos, simbolizando los pecados capitales. Sin embargo, Simón Allende, cronista de Acolman perteneciente a la Asociación Mexiquense de Cronistas Municipales (AMECROM), señala que la primera piñata se reventó después de la conquista, pues los españoles tenían una costumbre llamada “domingo de piñatas”, que se llevaba a cabo el primer domingo de cuaresma, que dependiendo del calendario lunar es en febrero o marzo. Incluso asegura que en la región había una fiesta prehispánica dedicada al nacimiento de Huitzilopochtli. Los antiguos mexicanos colgaban una olla llena de plumas y piedras preciosas en lo alto de un palo y la rompían en el solsticio de invierno para que ésta cayera a los pies del templo del dios.
Como sea, desde entonces los modelos de piñata han cambiado. Ahora hay también de cinco picos, a semejanza de estrella; con forma de Nochebuena o un tierno burrito sabanero. No importa la forma, el color o el tamaño. lo valioso es el dulce contenido.
Han pasado 431 años desde que los agustinianos hicieron la primera posada, y con 31 ediciones de la Feria de la Piñata, donde hay exhibición de estos objetos y más de 200 artesanos participando en su venta, Acolman se ha posicionado como una de las principales sedes en el mundo de mayor tradición para la época decembrinas.
La estatua del Fray Diego de Soria —quien pidió el permiso al Papa Sixto V para celebrar las misas de aguinaldo, antecedente de las posadas— golpeando la piñata de siete picos, nos da la bienvenida al recinto ferial. Un escenario al fondo con varias carpas. Un mar de personas avanzan admirando el colorido Acolman. Se trabaja con una piñata para exhibición a los turistas quienes asombrados de la velocidad, hacen preguntas.
La experiencia se logra con los años, más si viene de familia. La primera parada es el Centro Cultural Aculmaitl, lugar de trabajo de María de Lourdes Ortiz Zacarías, con más de 30 años en el trabajo de las piñatas. Un cuadrado de estructura edifica la zona de trabajo; en el techo, centenares de piñatas de todos tamaños, explosión de colores en el aire, arcoíris visual con abundante energía. En el suelo, esqueletos de piñatas, pequeños pedazos de papel china, pegamento y piñatas, más piñatas: un mar de nochebuenas, estrellas tradicionales, artesanales y de figuras, Santa Claus, un burrito y una estrella de siete picos gigante.
María de Lourdes, acompañada de dos jóvenes, disfruta de los sagrados alimentos, mientras hago un pequeño paseo por el taller. En esta época el trabajo es menos marcado ya que, a pesar de ser celebrado solamente durante un mes del año, la creación de piñatas empieza desde agosto. Como el papel china usado para decorar se trabaja todo el año, la artesana lo compra, lo va recortando poco a poco y lo almacena hasta tener lo suficiente para trabajar.
“Empezó mi abuelo y mi abuelo le enseño a mi madre, ella lo tomó como un oficio, posteriormente me lo transmitió a mí y ahora yo a mi hijo” cuenta María de Lourdes, quien orgullosa habla de la exposición que presenta su hijo en el Museo de Culturas Populares de Coyoacán, sobre las piñatas artesanales.
Lo cierto es que, a pesar de ser tradicionalmente el lugar donde nació la piñata mexicana, en Acolman nadie se dedicaba a su fabricación. Fue hasta 1985 que la primera familia halló en este oficio una forma de vida. Como parte de la primera Feria de la Piñata, con expositores de otras comunidades, el gobierno municipal consiguió que se impartiera un curso de elaboración de esa artesanía a los pobladores. Algunas personas lo tomaron, entre ellos Romanita Zacarías Camacho —la madre de María de Lourdes— quien pronto sería conocida como la Reina de las Piñatas.
En México, tenemos la fortuna de poseer tradiciones y costumbres que nos nutren culturalmente, haciéndonos biodiversos y atractivos turísticamente. “Me causa mucha alegría, darle a Acolman una identidad propia, conservamos las tradiciones de nuestro país y me siento muy satisfecha con lo que hago. Aunque al ser pequeña no era de mi agrado hacerlo, si me preguntas, lo volvería hacer cuantas veces pueda. Me gusta”, recuerda la artesana mexicana, mientras acomoda piñatas y hace conteo del material que tiene.
¿Cuántas piñatas se pueden hacer? Depende del número de personas que participen. Con María de Lourdes laboran cinco jóvenes capaces de hacer mil o 15 mil piñatas, dependiendo el tamaño.
“Aún seguimos trabajando con vasija de barro. Yo empecé trabajando con esas”, detalla María de Lourdes, quien también es instructora y comparte sus conocimientos en la Secretaria del Trabajo y el Instituto de Capacitación y Adiestramiento del Trabajo Industrial (ICATI). “Se fue haciendo poco a poco el cambio. En las escuelas no se permitía llevar esas piñatas, así fue como se fue omitiendo. Por el riesgo que presentaba, fuimos haciendo la de cartón. La mayoría de las personas pide más la de cartón que la de barro. La de papel es más accesible de hacer y el precio es mejor. Tardamos hasta tres horas en decorar una piñata grande, con un costo de 600 pesos; o una pequeña en decorar tardamos 15 minutos. Jugamos con los colores, buscamos que reflejen alegría en las personas, que sea un juguete”.
Hacer una piñata no es tarea fácil. Se empieza con un globo o vasija de barro, según sea el gusto. Con el globo, se crean capas de periódico utilizando engrudo como pegamento; mientras que para la vasija solo se agrega una capa del papel. Los conos o picos son hechos con cartón para dar firmeza. Para la parte más creativa de la tradición, el decorado, usan pedazos de papel china o crepe e inclusive confeti; todo lo posible para liberar la dopamina y serotonina de nuestro ser.
No muy lejos del Centro Cultural, se encuentra el ex convento de los monjes de San Agustín. Justo enfrente de la entrada, cruzando la calle de piedra está el taller de José Antonio Ortiz Zacarías, hermano menor de María de Lourdes. Toño, como es conocido en Acolman, es también artesano en la creación de piñatas, y orgulloso participante en el Record Guinnes por la piñata más grande del mundo.
Un taller pequeño, comparado con el Centro Cultural, pero más íntimo. Fotos con famosos personajes en la pared de la entrada, piñatas de todos tamaños cuelgan del techo, dos mesas de trabajo, música de fondo para amenizar la chamba.
“Llevo 18 años dedicándome a las piñatas. Mi mamá Romana, es la que me trasmitió esto; viendo a mi mamá fue como me llegó el gusto. Es bonito hacerla, pero ya ver que la agarran a golpes, ya no”, ríe José Antonio, mientras integra los picos a una piñata mediana; su esposa, con su pequeño hijo en brazos, nos sigue en la plática.
Abren una pequeña puerta y se visualizan más piñatas almacenadas. “Aproximadamente le pegamos a las 10 mil piñatas, por el espacio. Recibimos muchas personas y más ahorita con la feria. A pesar de que ya tenemos nuestros clientes mayoristas, en esta época se vende. Somos cinco hermanos y todos nos dedicamos a este trabajo. La experiencia más grande fue estar en el Record Guinnes de la piñata más grande, en Toluca. Fue de siete picos, nos tardamos una semana en dejar la estructura lista. Fue muy padre”, recuerda José Antonio, con gran emoción en los ojos al recordar ese grato momento.
Romper una piñata dura unos minutos, hacerla es un arte de tiempo y dedicación. Así como nos produce gran alegría cantar mientras se golpea, los artesanos enaltecen de emoción con el gusto que genera una tradición que ha logrado poner en el mapa a Acolman, provocar felicidad y unión en las familias mexicanas.
Foto portada: Memo Bautista. Detalle de mural en Palacio Municipal de Acolman
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