Era una vulgaridad, era muy grosera. Tal vez por eso José Luis coleccionaba esa revista. A muchos no les gustaba. Su hermana Angélica y doña Martha, su mamá eran de esas personas. Un día la señora agarró todas las revistas que tenía su hijo en una caja de huevo y las metió al boiler. Decía que no era lectura para jóvenes educados.
La sonrisa de Angélica viaja entre la nostalgia y la pena por solapar el acto vandálico de su madre contra Jose Luis, su hermano, hace más de 30 años cuando ambos rondaban los 15 o 16. Ninguno de los tres pensaba entonces que Simón Simonazo, la revista que le censuraron al muchacho, se volvería un objeto de culto. “De haber sabido que esta revistita iba a valer dinero de verdad, mejor hubiera detenido a mi mamá”, me dice la mujer mientras hojea un viejo ejemplar que sobrevivió a su madre
Conocí a Angélica y José Luis hace tres años. Estábamos en el Museo de la Caricatura de la Ciudad de México. Los integrantes y caricaturistas de Simón Simonazo fans, el club de seguidores de la revista en Facebook, presentaban el calendario 2016 del Simonazo. José Luis se formó detrás de unas 50 personas. Quería el almanaque trazado y firmado por el mismísimo Pinche Sam, el creador de la historieta mexicana. Lo compró en 50 pesos. Esta vez su mamá no quemaría su tesoro.
Hojeo un viejo ejemplar del Simonazo. En la portada se observa a tres muchachos —uno con gorra roja, otro rubio y una más de cabello negro lacio— que nadan en un río y quieren impresionar a una chica curvilínea y de buenas caderas. Es tanta su impresión por la chica que el autor los dibujó con la lengua de fuera y los ojos grandes, grandes. Por poco se desorbitan. Son El Patas, El Enano y El Simón, la Trinca Infernal, los protagonistas de la historieta. Los trazos son líneas básicas, un tanto infantiles, exagerados, graciosos, con bocas grandes, bolitas en los pies en lugar de dedos, lenguas y dientes enormes. En la parte inferior trae el costo: 250 pesos, en 1983. Hoy el número uno de la primera época de esa revista esta valuado en tres mil pesos y la colección completa —casi 500 números— oscila los 80 mil.
“Son muy cotizadas —me platica David Casco, periodista, editor del tabloide Basta y miembro del Simón Simonazo fans— porque la mayoría de los papás no estaban de acuerdo que sus hijos leyeran ese tipo de historietas y muchas no sobrevivieron la censura de los padres. Se fueron al boíler o a la basura”.
En los años 80 existieron historietas como Memín Pinguín o La Familia Burrón que retrataban el México urbano, cruel con las clases bajas y con una moraleja al final de cada número. Sin embargo, Simón Simonazo se olvidaba de la moral y las buenas costumbres. Hablaba de las situaciones que vivían los adolescentes de finales de los años 70, la represión que sufrían por vestir de cierta forma o de vivir en un barrio; del abuso de autoridad y, sobre todo, la vida diaria en la escuela, en las calles de la colonia popular, lo que sucedía cuando se quería ligar a la chica más bonita de la cuadra o a la que ya comenzaba a mostrar un cuerpo esbelto y voluptuoso. Utilizaba el lenguaje de la calle, parecía que los personajes tenían el acento de la banda, cantadito, que alarga la última sílaba. Los caricaturistas maquillaban las groserías con símbolos, que hasta el más ingenuo entendía. Era una época en la que escribir un güey, un pinche o un mamón —el lenguaje de los adolescentes, el lenguaje popular mexicano— traía como consecuencia una multa de varios miles de pesos para la editorial o el retiro de la revista.
“El Simonazo fue un trancazo porque iba dirigido a un público, que eran chavos de secundaria, que era un público abandonado”, me comenta de nuevo David Casco .
Hablar de esta revista, que parece solo quedar en la mente de esos chavos de secundaria que hoy tienen entre 40 y 50 años, que sentó un antecedente de lo que hoy conocemos como emoticones y que ha sido poco abordada por los estudiosos de la historieta mexicana —aunque en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM está la tesis La lengua verde de Simón Simonazo, de Alejandro Escamilla Olivera—, exige tratar una parte de la vida de uno de los caricaturistas que, al igual que su revista, nació entre los planos de una fábrica y la clandestinidad de los hoyos funky setenteros: Samuel Marín, el Pinche Sam.
***
El trabajo de Samuel Marín era dibujar los muebles que se construían en una fabrica de cocinas industriales y de mobiliario de acero inoxidable. En ese lugar conoció a Rodolfo Ribera Santana, Fito, el Niño, como le apodaba —para un hombre de 35 años, un muchacho de unos 19 es un escuincle—, que se dedicaba a sacar las copias de los planos. Eran copias heliográficas, de esas que salían azules luego de pasar el papel albanene por un rodillo foto sensible y ser curadas con vapor de amoniaco. Cuenta David Casco que Sam ya hacía esos cómics con todo y groserías escritas de su puño y letra. Fito se convirtió en su amigo cuando Sam le enseñó la historieta, “porque era adolescente y era banda”. El muchacho se ofreció a sacar las fotocopias a escondidas y propuso venderlas.
“La fábrica entró en crisis, se iba a ir a la huelga, recorte de personal y empezamos a sentir la presión económica —platica Fito frente a la cámara en un video publicado en Youtube en abril de 2011 por el usuario Chaîne de kuauhtli1000—. Dijimos, qué vamos a hacer, güey, necesitamos ganar una feria. El Sam me dice, vamos a hacer unos pósters y tú sacas las copias. Y fuimos con la idea loca de ir a los cines y vender esos carteles de copias azules como pósters para luz negra. Tú los veías con un foco de luz negra y se veían chingones. Hicimos revistitas porno. Y de repente el Sam me dijo: Sabes qué, vamos a hacer un cómic. No hay uno para la banda de mezclilla y greña larga. Analizamos el mercado, buscamos y resultó que no había una revista para nosotros, los chavos de secundaria y preparatoria”.
El hombre de unos 60 años viste una camisa anaranjada de manga corta, de esas que se usan en la playa. Dice ser Fito Ribera de San Come y que si la gente que lo escucha leyó los primeros 15 números del Simón Simonazo sabrán quién fue él. Sino, no importa. Lo fundamental es que el vio nacer esa revista. “Entonces yo dije: Bueno, Sam, yo tengo estas vivencias. Y de ahí empezó la idea de darle vida al Simón Simonazo”, dice el guionista.
Fito narra que luego de sacar las copias heliográficas se fueron a la casa de Sam a trabajar toda una noche. Debían engrapar cientos de hojas para armar su historieta y lo hicieron entre música de Depp Purple y el humo de la mariguana. Cuando se dieron cuenta ya tenían armados unos 130 ejemplares. A finales de los 70 no había otro lugar mejor para promover una revista como esa que las bodegas, terrenos baldíos y demás espacios marginados para conciertos de rock: los hoyos funky, como los bautizó Parménides García Saldaña. “Donde había pinches chavos locos, que es para quién está dirigido esto”, comenta David Casco con una leve sonrisa que hace suponer que él fue uno de ellos.
Luego de convencer al tipo de la entrada y regalarle una revista, por fin Sam y Fito lograron entrar a la tocada. El Tree Souls in My Mind tenía a todos en el rocanrol. Luego de un rato Alex Lora y el resto de la banda tomaron un descanso. Sam y Fito aprovecharon el momento y fueron a hablar con el músico y le presentaron la historieta. Lora la hojeo, le agradó, se subió al escenario y se dirigió al personal: “Les presento a este loco que está haciendo esta historieta que es para otros locos, como ustedes. Cómprenla”.
A los asistentes al concierto también les gustó mucho y la empezaron a comprar. “Por eso digo que Alex Lora es el casi padrino de Simón Simonazo, porque él fue el que nos dio el empujón en ese stage y de ahí nos dimos cuenta que estábamos haciendo algo que a la gente le gustaba”, dice Fito en otro video donde usa una playera con la imagen de María Sabina, la curandera y chamana oaxaqueña. Es de noche y al parecer el clip se ha grabado en Cancún, a donde llegó a vivir hace años.
“En una de esas estaban tres reporteros de la revista Conecte ¿te acuerdas? La compraron y les gustó —el celular de David Casco no deja de vibrar ni de emitir la alerta de mensajes del Whatsapp, no atiende jamás el celular, está concentrado en su relato y simplemente ignora el dispositivo—. Entonces le dijeron a Sam: ¿Tienes más ejemplares? Un reportero le dio su tarjeta y le dijo: veme a ver a la oficina el lunes, yo te las compro, quiero que las vean unos compañeros. Es que está muy cagada. Al lunes siguiente llegó Sam y le entregó las copias. Les gustó muchísimo. Uno de ellos les dijo: Se me ocurre que si se la enseñamos al editor a lo mejor se anima a imprimirla”.
Cuando Fito platica mueve las manos: habla de la revista y la hojea aunque no esté ahí. Habla de la mariguana y le jala a un churro inexistente. Su tono de voz es cantadito característico de barrio chilango, pero también tiene ese timbre de nostalgia. Da la impresión que quisiera regresar el tiempo y volver a esa época cuando él era parte de la banda de mezclilla y greña larga, como dice.
“El Alex Lora. A partir de esa noche nos convertimos en uña y mugre —el sujeto entrelaza los dedos y estira los brazos para mostrar que no se pueden separar—. Y nos dijo: Oigan, pendejos, por qué no van a Conecte, vayan a ver si los pueden apoyar. La pensamos después de dos, tres días y fuimos a Conecte, a la calle de Fresno 99, allá en Ribera de San Cosme. Llegamos, hablamos con el director de la revista, Arturo Castelazo y le propusimos que publicara una tirita, no toda la revista, sólo una tira cada publicación de ellos. Empezó a ver la revista y le agradó de sobremanera también. Subió las escaleras, al segundo piso, bajo y nos dijo: Les tengo una entrevista con los meros picudos”.
“Se la presentan al señor José María Flores y a él le encantó. Y lo mismo. Entró Sam a hablar con él y le dijo: Me gusta mucho pero está muy grosera. No podemos sacarla así porque nos cierran la editorial. Pero te propongo que hagas un Archie a la mexicana. Hacerlo más matizado, sin groserías. Y adelante. Éste es un mercado para chavos que no está abordado. Sam dijo: órale, yo le entro”, cuenta David que tiene las manos entrelazadas. Pero eso no impide ver que se emociona cada vez que cuenta la historia de Sam.
Sam y Fito se fueron al estudio del dibujante y se pusieron a trabajar. Ahí se les ocurrió utilizar onomatopeyas: un cuaz para un choque, un pum para un golpe en una caída, un chin para una bofetada; así como los signos de numeral, la arroba, una espiral, una cebolla o un ajo, que no significaban nada pero que, según Fito, transformaron todas esas groserías, todo ese lenguaje popular de los mexicanos, en símbolos y cada quien los interpretó a su manera.
Tiempo después, Sam comenzó escribir argumentos con un lenguaje más irreverente. Muy poco les faltó para que se asomara alguna de esas palabras que la censura llama groserías. Los editores Everardo y José Manuel Flores lo mandaron llamar. Debía bajarle el tono a su historieta. Era el final de los años 70 y el gobierno mexicano cerraba cualquier revista impresa que se le ocurriera atentar contra la moral y las buenas costumbres al escribir un güey, un no mames, un a huevo. Pero Sam no podía hacer nada, la historieta ya había agarrado vuelo. Modificar el lenguaje era quitarle la esencia.
Fue entonces que ocupó un recurso que utilizaba la novia de su hermano, “una cursi hecha y derecha”, según le ha dicho el caricaturista a David. En las cartas de amor que dedicaba para su novio, la chica sustituía palabras por pequeñas imágenes. Por ejemplo, escribía: “te entrego mi…” y completaba la frase con el dibujo de un corazón. Sam adaptó la idea. La gente podía ver de pronto en los globos de diálogo el ícono de un cocinero con gorro de chef y tenedor en la mano, seguido por el de la cara de un toro y el de un niño tomando su mamila. Había quien no leía nada con esos trazos, pero otros, la mayoría, interpretaban la expresión como un “pinche güey mamón”. Las autoridades no podían decir que en la historieta aparecían groserías, porque técnicamente no lo eran. Se trataba solo de dibujos. De esa forma los personajes siguieron expresándose tal y como lo hace la mayoría de la gente. A la distancia podríamos decir también que esos símbolos son uno de los antecedentes de los íconos cibernéticos que expresan emociones, que hoy se conocen como emoticones.
Para completar el equipo, Sam le cuenta a David que la editorial le mostró como sugerencia el trabajo de diferentes entintadores. El artista vio las plantillas de los diferentes candidatos y escogió a Jesús Morales, quien después adoptaría el sobrenombre de “Moraliux” y a la salida de Sam tomaría la batuta para continuar con la historieta.
Otro nombre, que suena poco, pero que tuvo que ver mucho con el éxito de la revista es el de Enrique Robledo quien hacía las portadas del Simonazo.
“Yo conocí a Enrique, al portadista —me cuenta Juan Quesada quien reparte pequeños volantes durante la presentación del calendario Simonazo para que la gente se inscriba a las clases de dibujo que imparte el “Auténtico Quesada” en en Museo de la Caricatura—. Obviamente el Sam es el creador indiscutible del Simón Simonazo. Había un dibujante, que era (Jesús) Morales. Pero había un portadista, que era el dibujante de la editorial. Se llamaba Enrique Robledo y a él casi nadie lo menciona y tuvo mucho que ver ahí, por el entintado, y platicaba con el Sam y con Morales(…). El Pollo Solís llegó al Simón Simonazo después”.
***
Antes de ser publicado el Simón Simonazo, Sam, con ayuda de otros caricaturistas, visitó a Gabriel Vargas, el creador de La Familia Burrón. Don Gabriel era la seriedad personificada, en nada se parecía a los jocosos personajes del Callejón del Cuajo. Sam le presentó su historieta, y mientras el artista la hojeaba sin emitir algún gesto, el caricaturista moría de nervios por el veredicto. Don Gabriel lo miró y comenzó a hablar: “Está muy buena. No hay nada como esto ahorita. Va a tener éxito”. Así Sam recibió la bendición de una vaca sagrada de la cultura popular mexicana.
El primer número de Simón Simonazo salió a la venta el 27 de noviembre de 1978. En la portada apareció dibujada una banda de rock que recordaba mucho al grupo KISS. Incluso la tipografía era muy parecida a la de la banda neoyorkina. Pero estos roqueros se hacían llamar CHISS y cada vez que orinaban se convertían en super héroes, con la misma vestimenta y maquillaje que el grupo fundado por Gene Simmons y Paul Stanley, que ponían orden en las tocadas. Así se presentaba la primer historieta dedicada a los adolescentes de clase baja.
“Al primero que vio el editor, digamos, para pedir una opinión del Simón Simonazo fue a mí —cuenta Juan Quesada, que entonces tenía 14 años—. Mire, me dijo, puede ver esto, usted está joven, qué opina, es para jóvenes. Y hubo un detalle que me brincó mucho: ¿A poco no es igualito a Archie?. Yo le dije sí, sí. Pero qué se iba a perecer a Archie. Yo vi los originales del primer número.
En la página uno aparecen en los créditos Sam con la idea y los monos, Morales como dibujante y Robledo en el color. El nombre de Fito no está por ningún lado. “Le pregunté al Sam por qué mis créditos no aparecían en el Simonazo número uno —narra Fito en otro de sus videos— y él me dijo: es que se me olvidó. Oye, Sam, pero ¿cómo se te puede olvidar? La verdad no le creí pero no pude hacer nada”.
Sam le contó a David Casco que cuando le dieron el trabajo en la editorial, renunció a la fábrica de cocinas y le dijo a Fito que se fuera con él. El muchacho de 19 años, tal vez un tanto desconcertado, preguntó qué iba a hacer ahí, si no sabía nada. Sam resolvió anotarlo como guionista.
“(Sam) me dice que (Fito) le daba algunas ideas —relata David— pero en realidad él no era capaz de desarrollar un guión. Simplemente por gratitud lo incluyó en el directorio, en chiquito, y ponía “guión Fito”. Me dice que lo que él cuenta en sus videos son mentiras porque Fito se adjudica la autoría de las primeras historias y la creación de los personajes”.
Rodolfo Rivera platica que el Simonazo es autobiográfico porque todas la vivencias que tuvo El Patas en esa revista —las que se publicaron mientras Fito fue parte del proyecto— le sucedieron a él en la secundaria, cuando vivía en Coyoacán, en la calle de Irlanda. Sin embargo, David reproduce las palabras de Sam sobre el origen de El Enano, El Patas y El Simón, La trinca infernal, los protagonistas de la historieta.
“Estos personajes son banda mía, dice, son unos chavos muy locos que vivían por la unidad Picos Iztacalco y eran banda bien pesada. Son El Simón, El Patas y el Enano. Sí existen, yo los conozco. Yo adapto algunas vivencias que me toca a mí de chavo con ellos, para al lenguaje gráfico de la historieta. Y ahí está. Sí, Fito me contaba dos, tres loqueras pero en realidad yo era quien hacía toda la chamba”.
El conflicto por los créditos con Sam y debido a que la editorial no quería pagarle lo que le correspondía, provocaron que Fito dejara la revista unos meses después de su lanzamiento. Su participación llegó hasta el número 13.
Casualmente por esas fecha un muchacho rondaba a Sam. Tenía 17 años, era estudiante de dibujo técnico y quería ser ilustrador o caricaturista, y qué mejor que en el Simonazo. Era Ramiro El Pollo Solís que le insistía a Sam para que se la diera de dibujante. No entendía que ese era el puesto de Sam y si se lo daba el creador del Simonazo se quedaba sin chamba. Cuando Fito deja la revista, Sam le dijo al Pollo que había trabajo pero como guionista. “Pues no lo sé hacer, pero le entro”, le dijo el muchacho al caricaturista. Entonces Sam le enseñó el oficio y rápidamente despuntó.
A la salida de Sam —dos años después por conflictos económicos con la editorial— Ramiro Solís se queda al mando de los argumentos del Simonazo, y así fue prácticamente los 10 años que estuvo en circulación la revista. Aunque en un momento de crisis creativa tuvo que buscar a Sam para que el Simonazo volviera a tomar rumbo.
“Eso fue cuando la historieta empezó a bajar un poco en las ventas. Es lo que me ha contado Sam —aclara David—. Lo va a buscar el Pollo Solís a su casa y le pide que le ayude, ahora sí, a enderezar el barco porque ya se estaba hundiendo, las venta habían bajado mucho. Y Sam dice que sí, pero por fuera. Y entonces como freelance les mandaba las colaboraciones, los argumentos, y así se dio su regreso”.
Sin embargo, en los créditos ya no volvió a escribirse el nombre del Pinche Sam como argumentista, sino el de Fantasmón Fantasmazo, que llegó a aparecer como personaje en algunos números. Él era el monito con una sábana.
***
“El Sam es muy especial —me cuenta durante la presentación del calendario Juan Quesada, que se hizo famoso en la época de los 80 gracias sus monos que aparecían en la revista “El mil chistes”—, a él no le gusta que le saquen fotos, ni le gusta ir a eventos así como este. Por lo tanto a mí no se me hizo raro que no viniera. Yo le comenté a mi hermano (Nacho Quesada) cuando vi esto en Internet: el Sam seguramente no va a venir. Y así fue. Lo conozco desde hace años. Ya sé cómo es. Es respetable su forma de ser como gran creativo que es”.
Algo parecido platica conmigo Oscar Altamirano, caricaturista en el periódico El Gráfico y uno de los administradores de Simón Simonazo fans: “Él, dentro de su forma de ser, tiene una cosa: no le gusta el reconocimiento. Él me ha dicho: A mí no me interesa el reconocimiento, no quiero candilejas, no quiero luces. Lo único que quiero es trabajar”, cosa que se me hace muy admirable porque habla de su modestia, por eso es que él no hace tanto ruido acerca de los proyectos que realiza. Inclusive puede parecerle hasta molesto que nosotros hagamos publicidad o comentarios acerca de su trabajo porque él es así, él es muy modesto. Por eso no le gusta promocionar todo lo que hace”.
Y la opinión de David Casco es la misma: “Sam es enemigo de los reflectores. De hecho, del grupo de fans que somos ahí en Facebook, muy pocos lo conocemos en persona. Yo tardé más de un año para poderlo conocer. No es que sea desconfiado. Como que es parte de su personalidad. Es un viejo que tiene ahorita entre 70 o 72 años. Y es como muy ermitaño de repente (…) todo el día está en Internet y sigue haciendo dibujos, bocetos y todo”.
Entre los fans de Sam, David Casco y Oscar Altamirano parecen ser los que más se han podido acercar al dibujante. Su admiración es evidente, les cambia el rostro cada vez que hablan de ese hombre al que pocos han visto.
“Ni siquiera a mí me deja tomarle fotos de frente —me dice David en su oficina mientras saca el celular para mostrarme las impresiones que hizo—. Con trabajos me dejó hacerle estas, de espaldas”.
En la pantalla se ve a un un hombre de cabello cano, se le alcanza a mirar el armazón de los lentes y la punta de un bigote también blanco porque su rostro está ligeramente mirando hacia la izquierda, sin que eso muestre siquiera su perfil. Sostiene uno de los calendarios del Simón Simonazo que él mismo trazó. En otra foto Sam aparece de frente pero cubierto con una sábana, como los niños cuando intentan espantar a alguien creyéndose fantasmas, con los brazos en alto. Es su álter ego: Fantasmón Fantasmazo, que llegó a aparecer como personaje, con sábana y todo, en varios números del Simonazo.
“Si te das cuenta en la portada del calendario aparece Sam —me hace notar David a un anciano que es descubierto por Simón, El Enano y El Patas, que ríen tras el fallido intento del abuelo por ocultarse—. Él está escondido abajo de la cama, están todos los personajes y él está asustado viéndolos. Y él mismo se dibujó así”.
Cada vez que Oscar habla del trabajo de Sam luego del Simonazo, esboza una sonrisa y su tono de voz denota respeto. Parece que nombra a uno de sus héroe. Fue uno de los dibujantes cuyos trazos en Simón Simonazo, El Mil Chistes o La Pura Banda, lo animaron a convertirse en caricaturista,
“Él colaboró en Editorial Toukan en un proyecto que se llamó Rock Mortis, donde hacía la biografía de personajes del rock and roll que habían muerto de manera trágica. Hizo también una que se llamó Diario intimo de un guacarocker, basado en un guión de uno de los integrantes de la Botellita de Jerez (Armando Vega-Gil). Hizo también Profecías de fin de milenio, que es un trabajo más bien de linea de esoterismo, que es una investigación padrísima acerca de Nostradamus, que él analizó; y elaboró un proyecto para el Museo de Frida Khalo donde nos exponía a través de un cuaderno para colorear, con ilustraciones e idea de él, la vida de Frida (…). Hasta la fecha tiene proyectos a nivel personal, edición de libros. Tiene uno muy bonito acerca de cómo se forma el Universo, que espera ver publicado en corto tiempo”.
Imagino a Sam en su casa de Iztapalapa, oculto debajo de su cama o su mesa de trabajo, así como en la portada de su calendario, enterándose que sus seguidores y ahora amigos hablaron sobre él con la prensa. Es muy probable que se enoje, cosa que a David o a Oscar no les importa mucho.
“Yo lo estimo bastante —me dice Óscar— y quiero que más gente reconozca su talento”.
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