La lucha libre en México está de fiesta. Para celebrar más de ocho décadas de su llegada a nuestro país, el Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL) ha editado el libro 85 Años de Lucha Libre. Es una edición de colección que contiene numerosas fotografías, tanto en blanco y negro como a color, de los luchadores más representativos de antaño y de nuestros días, así como la historia de este deporte espectáculo que se ha insertado en la cultura popular mexicana.
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En 1933 don Salvador Lutteroth trajo a nuestro país las primeras funciones de este deporte, el cual divierte y quita el estrés a los aficionados a través de una catarsis colectiva. La energía del ambiente único en las arenas hace que cualquiera, sin restricción alguna, incluso niños, turistas o abuelas, se transformen en rudos o técnicos cuando apoyan a su luchador favorito. ¿Quién no ha gritado ahí sentado al filo de la butaca hasta el punto de quedarse casi afónico? Todo está permitido: mentar madres, decir groserías e improperios, albures, reír a carcajadas, piropear a los luchadores o hacer señas obscenas mientras se disfruta de una chela con una torta de jamón o unas palomitas.
Compilar la información necesaria para el libro tomó cinco años. Por un lado debido a la enorme cantidad de material en forma de crónica periodística y, por el otro, a la prácticamente nula investigación de tipo académica que se ha hecho sobre el tema. “Fue un reto depurar tanta información y decidir qué se iba a incluir en el libro. Llevamos a cabo una extensa investigación hemerográfica en periódicos como Excélsior, El Universal, La Afición; archivos de Grupo Milenio, en colecciones particulares y entrevistas a aficionados”, cuenta el etnólogo Hugo Monroy, uno de los autores del libro, quien se dice orgulloso de haber participado en este proyecto.
El libro 85 Años de Lucha Libre narra la historia de este deporte en nuestro país y su significado como reflejo de identidad. “Esta es una actividad que refleja la cosmovisión de los mexicanos con respecto a la lucha entre el bien y el mal, entre los técnicos y los rudos, la perspectiva de nuestro imaginario como colectividad. Los mexicanos hemos hecho propia esta práctica deportiva al imprimirle nuestras características”, opina Antonio García Ayala, profesor investigador del IPN y coautor del libro. “El carácter festivo y colorido de la lucha libre mexicana tiene mucho que ver con nuestro folclor, nuestra forma de ver la vida. La lucha libre llegó para quedarse en México, se fusionó con nuestra cultura y ahora forma parte de nuestra identidad”.
Primera caída. Un comienzo desalentador
La lucha libre inició en nuestro país en la década de los 30. Después de presenciar una función en los Estados Unidos, Salvador Lutteroth González se enamoró de este deporte y se empecinó en convertirlo en un espectáculo exitoso en México. Al principio la lucha libre era un negocio poco lucrativo; hubo que pagar la renta de la arena, los sueldos y los viáticos de los luchadores extranjeros, en ese entonces únicos protagonistas del ring. El empresario tuvo que empeñar las joyas de su madre para costear los gastos. Además, las primeras funciones resultaron un rotundo fracaso entre el público mexicano.
Con el paso del tiempo, la lucha comenzó a consolidarse al punto de llegar a formar parte de nuestra idiosincrasia. En 1933, con la fundación de la Escuela Mexicana de Lucha Libre, don Salvador buscó impulsar el talento mexicano. Con una perspectiva visionaria, se dio cuenta de la importancia de ofrecerle al público un espectáculo con características propias. A partir de entonces hubo más luchadores mexicanos que extranjeros en las funciones, porque “los mexicanos tenían más chispa y más arrastre entre el público”, afirma Hugo Monroy, quien además es parte del departamento de prensa y relaciones públicas del CMLL. Poco a poco, la lucha libre en México fue adquiriendo un carácter particular, que reflejó su éxito en taquilla.
Segunda caída. La lucha contra los prejuicios
Por mucho tiempo la lucha libre fue considerada un deporte para hombres. Por ese motivo las luchadoras han tenido que enfrentarse a estereotipos de género y a la discriminación. “México es un país muy machista y por eso a las luchadoras luego les dicen: ‘¿Qué haces trepada en un ring? Vete a hacer de comer’. Las critican por su fortaleza física, por no verse femeninas ni ser delicadas, a lo que ellas contestan: ´Yo no soy modelo de pasarela, soy luchadora y así me gusta ser´”, comparte Gala Lutteroth directora de relaciones culturales del CMLL.
Las mujeres que se dedican a la lucha libre muchas veces tienen que desempeñar dobles y hasta triples jornadas debido a los roles de género. Entrenan todos los días en el ring y van al gimnasio al parejo de los hombres, pero al regresar a casa deben cuidar a los hijos y hacer las labores del hogar, además de conformarse con papeles secundarios en los carteles, que casi nunca estelarizan.
Tercera caída. La catarsis
Los luchadores también participan de la catarsis. Según el luchador Máscara Año 2000, ellos son personas muy pacíficas porque tienen la oportunidad de sacar toda su energía acumulada arriba del cuadrilátero. “Después de luchar llego a mi casa muy tranquilo. Arriba del ring hago mi trabajo, pero en mi casa soy dócil como un perro. Mi señora es la que me da de golpes porque yo ya descargué toda mi energía en la lucha”, platica el integrante de la familia Reyes, una de las dinastías que marcó época en este deporte.
Actividad de desfogue emocional y físico, la lucha es un relajante que propicia la limpieza y purga de todos los que participan en ella. Por ese motivo la lucha libre se vive realmente en las arenas y no en la televisión, en Facebook o en Youtube. El principal encanto de este deporte espectáculo solo se puede experimentar en vivo. Son los gritos, los vuelos desde las cuerdas y las mentadas lo que crea la atmósfera. Cada arena ofrece un ambiente en particular. “No es lo mismo, por ejemplo, ir a la Arena Coliseo un sábado que ir a la Arena Guadalajara un martes. Se vive un ambiente totalmente distinto”, dice Gala Lutteroth.
Para ella el elemento que nunca falta en prácticamente todos los aficionados a la lucha libre es la pasión, la catarsis, el empoderamiento. “No importa si te fue mal en la semana, si te peleaste con tu mujer, si estás harto de tus hijos, si te corrieron de la chamba. No importa. Vas, gritas, le dices de cosas al luchador y listo. La lucha libre es algo increíble, es un referente cultural de México, habla de quiénes somos y además entretiene. Sin lugar a dudas, la lucha libre es un deporte porque los señores son unos verdaderos atletas”, afirma con vehemencia, la también bisnieta de don Salvador Lutteroth.
El cometido de la lucha libre es emocionar, dejar a la gente con las ganas de regresar de nuevo. Cuando algo te gusta, simplemente te gusta sin tener que dar tantas explicaciones. “Hay gente a la que le gusta el teatro y eso que saben que es una actuación. Yo me bajo del ring y vuelvo a ser Jesús Reyes González, el personaje se queda arriba”, comenta con ironía Máscara Año 2000.
El ambiente tan especial de las arenas lo crean los luchadores, pero también los aficionados con su energía desbordada: “Mátalo! ¡Mátalo!” y los vendedores informales con sus pregones: “¡La máscara, la máscara, lleve su máscara!”. Al salir de la función y con la máscara puesta todos imaginamos que somos el rudo que transgrede las reglas o el técnico que las sigue. Como sea, ambos son superhéroes empoderados que se enfrentan y vencen los problemas de la vida cotidiana.
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