Este texto fue publicado también en Revista Sativa.
La primera vez que escuché una frase relacionada con la marihuana fue en el colegio católico para varones donde estudié la primaria. Los alumnos proveníamos de familias con diferentes condiciones económicas. Ahí convivíamos por igual los hijos de un prominente empresario que tenía una cadena de dulcerías, los de un general del extinto Estado Mayor Presidencial, el hijo de un peluquero de Tepito, el hijo de una vendedora de cosméticos por catálogo, el hijo de una mujer que lavaba ropa ajena.
Todos traíamos de la casa en el fraccionamiento, en la colonia y en el barrio nuestra cultura y nuestro lenguaje. Ahí conocí la expresión “zacatito pal conejo”. Alguien la llevó. No la usábamos para que un compañero nos compartiera un toque de marihuana —ni conocíamos la hierba, aunque a muchos nuestras abuelas nos decían que nos cuidáramos de los marihuanos—, sino para que nos convidara de las galletas o dulces que estaba comiendo. La pronunciábamos al mismo tiempo que una mano cruzaba el pecho. Era nuestro sinónimo de “móchate”.
Es curioso cómo las frases y palabras evolucionan constantemente y cambian su forma y significado. Eso pasa con la jerga y el caló de la marihuana. Salen de su entorno —de los consumidores y entusiastas por los beneficios de la hierba, así como de la delincuencia— para colocarse en los labios de estudiantes, empleados y llegar así hasta el cine y la literatura. Así se cuelan en el habla de la clase media y la llamada alta sociedad. El sentido de esas palabras y frases se vuelve más amplio y con el paso del tiempo caen en desuso.
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El caló de la marihuana constantemente se actualiza. La delincuencia organizada, de donde surgen muchas frases y palabras, tiene que buscar otras metáforas para eludir la comprensión de la policía. Dan por hecho que sus teléfonos están invertidos por eso crean un dialecto para hacer compras y ventas y confundir a los agentes que interceptan la llamada. O al menos eso creen.
En 2017 la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) publicó un listado de nombres que los narcotraficantes y clientes de aquel país dan a las drogas. “La señora Lechuga” es una de las que se usa para nombrar a la marihuana. Aunque “lechuga” no es la mejor elección para disimular la compra-venta de la hierba. Una conversación grabada decía más o menos así:
Voy a mandar traer a la señora Lechuga porque me pregunta por ella un montón de gente que quiere verla.
En otra, grabada en las calles de Argentina, negociaban el precio de un “ladrillo”, que es la mariguana condensada y prensada en forma de un paquete rectangular que recuerda a un ladrillo para la construcción. Cabe decir que en México se le dice “tabique”.
—¿En cuánto sale un ladrillo?
—Tres y medio — es decir 3,500 pesos argentinos; unos 52 dólares.
—Avísame cualquier cosa. Ese precio no es malo. Si tienes para invertir hay un lote en Rosario a dos lucas y media (2,500 pesos).
Se supone que el uso de un lenguaje particular marca la conexión entre el grupo que lo utiliza. En muchos casos hasta les da identidad. Dice el Sociólogo español José-Francisco López y Segarra en su Diccionario de argot de las adicciones (2005), que “el léxico propio de las jergas marginales enriquece las posibilidades de expresión, bien como reacción a un lenguaje impuesto, como es el caso de algunas tribus urbanas (punkies, cibers…), o bien apelando al compañerismo existente entre los miembros de esa colectividad, como pueden ser el argot utilizado por la juventud o entre los estudiantes”.
Sin embargo, el impacto de los medios de comunicación ha provocado que el caló y la jerga de la marihuana haya salido de su grupo de origen y alcance un uso común. No es raro encontrar en la prensa notas donde se utilizan palabras como “mota”, “churro” o “hierba”. Incluso autoridades manejan bien las definiciones, pues es parte de su trabajo detectarlas.
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Es común escuchar frases como “quemarle las patas al diablo”, “echar gallo” o “darse un toque” para disfrazar que uno va a fumar marihuana. “Carburar” o “darse las tres” para fumar varias veces sin apagar el cigarro forjado con esta hierba. “Ir con Héctor” o “ir con María a que nos pegue” para invitar a alguien a fumar. Este vocabulario ha provocado que en el lingüista e investigador del Colegio de México Luis Fernando Lara, haya incluido en el Diccionario del Español de México, la jerga de las drogas, entre ellas la de la marihuana.
“El hecho de hacer el Diccionario del Español de México me obliga a estar pendiente de todo lo que se dice en nuestro país orientado fundamentalmente a las palabras. Y no se puede negar, por más que sea lamentable y horroroso, que el narcotráfico y la narcodependencia, las adicciones, han dado lugar a un vocabulario que no podemos ocultar; más bien tenemos que describir esas palabras de la mejor manera posible para que después nuestros lectores entiendan de qué les están hablando y decidan si quieren usarlas”, dijo en lingüista a la reportera Yanet Aguilar Sosa, de El Universal, en 2016.
En el libro incluye conceptos como “mota” que, dice, es el más antiguo para referirse a la marihuana. Se usa desde siglo XVIII y con él los españoles nombraban a la pelusa que salía mientras preparaban la tela de lino. Es hasta finales del siglo XIX que adquirió el significado de marihuana.
Se puede leer que al acto de fumar marihuana se le dice “darse un toque”, al que fuma mota se le denomina “moto”, “motorolo” o “pacheco”. Y cuando ha fumado mucho se dice que “anda grifo”.
Antes que el lingüista Luis Fernando Lara, ya otros autores se habían interesado por reunir los sinónimos y frases que el habla popular le ha dado a la marihuana.
Francisco Padrón, en su libro El médico y el folklore (1956), dice que la cannabis es denominada como juana, juanita, maría juanita, marijuanita, maría juana, yerba, mota, malva, hojita con lumbre o malvaloca. Además señaló que “los adictos a esta diabólica yerba dicen que tomando piloncillo los efectos son más intensos”.
Armando Jiménez menciona en la cuadragésima segunda edición de su Picardía mexicana (1970) , que a la marihuana se le llama también morisqueta, clorofila, belula, chipiturca, grifa, de la buena, coliflor tostada, cola de zorra, doña diabla, jerez seco, chora, fina esmeralda, mastuerzo, orégano, sahumerio, suprema verde de mejorana, trueno verde, hojas di´alpiste japonés, nalga de ángel, dama de ardiente cabellera, Juanita Salazar Viniegra, entro otros.
El maestro Jesús Flores y Escalante en Morralla del caló mexicano (2006) recopila nombres como maciza, mostaza, yerbabuena, café, mora y achicalada. De este último sinónimo dice que se refiere a uno de sus procesos de elaboración y secado y da una advertencia al respecto: “mucha gente dice que la mota achicalada y refinada con un dulce o caramelo hace pedorrear hasta a Satanás”.
En 2016 el escritor Jorge García-Robles recuperó casi mil vocablos para llamar a la marihuana en México y los dio a conocer en su libro Antología del vicio. Aventuras y desventuras de la mariguana en México. Muestra, además, fragmentos de obras donde mencionan lo nombres y frases relacionados con la hierba. Por ejemplo, “Dama de ardiente cabellera” lo extrae del poema del mismo nombre que escribió Porfirio Barba Jacob en 1918: “Decíame cantando mi niñera /que a mi madrina la embrujó la luna;/ y una Dama de ardiente cabellera /veló mi sueño en torno de la cuna. O “tortilla tostada”, de la novela Tropa vieja (1938), de Francisco L. Urquizo, de un fragmento que dice: “Compañeros, aquí huele a tortilla tostada”. O qué tal “Date un tris, no te hagas pendejo, desde hace un rato te estoy pasando el charro”, extraído de Se está haciendo tarde (1972), de José Agustín.
Como vemos, además de su atractivo medicinal y lúdico, la marihuana también tiene un secretismo en su jerga, tan llamativo que uno no puede quedarse con la duda de esa frase, a veces chusca y otras en aparente sin sentido, que alguna vez oímos mientras caminábamos por la calle.
Lee el texto original en Revista Sativa.
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