Hugo Manuel Mena Álvarez y su esposa Alicia circulaban sobre Reforma, a la altura del zoológico de Chapultepec. Volvían de entregar una de las piezas que elaboran, donde fusionan los personajes de caricatura con la artesanía mexicana que protagoniza las posadas: una piñata. Eran las 13:14 del 19 de septiembre de 2017 cuando comenzó a temblar.
Como pudieron llegaron a la Estela de Luz. Hugo se detuvo porque la gente salía de todos lados asustada, corriendo, si prestar atención al arroyo vehicular. Un olor a gas penetró por su nariz. Al mismo tiempo el ruido de las hélices de varios helicópteros lo hizo mirar hacia el cielo. Quiso abandonar el coche para ir a Piñatas Mena Bambolinos, su local, en el Circuito Interior, en el tramo comprendido entre Río Ebro y Río Tíber. También quería ir al negocio de sus papás, metros más adelante, para saber cómo se encontraban. Sin embargo, decidió esperar a que pasara la crisis y buscar camino con el automóvil. Normalmente de Chapultepec a su tienda hace 15 minutos. Ese día Hugo y Alicia recorrieron la distancia en hora y media.
Cuando llegaron la puerta principal del edificio estaba abierta. Desde afuera Hugo observó las paredes descarapeladas de los pasillos y las escaleras. A la entrada de su local había vidrios destrozados, pedazos de yeso y de cemento. Era una escena tétrica y triste. “Crujió muy feo”, decían los vecinos asustados. Nada los hacía volver al inmueble. Hugo y sus vecinos esperaron a los técnicos de Protección Civil para que inspeccionaran el inmueble. Pero ese día nadie llegó.
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Hace 90 años don Julio Mena, el bisabuelo de Hugo, dejó Tlaxcala y las carencias y se instaló en la Ciudad de México, en el barrio de Santa Julia, el mismo donde se forjó la desafortunada leyenda del ladrón José de Jesús Negrete “El Tigre”. Como no encontraba trabajo comenzó a hacer piñatas con ollas de barro y carrizo, que ponía a secar afuera de la vecindad donde vivía. Nadie le enseñó. Sin embargo, no era muy difícil hacer estrellas, rábanos, zanahorias o payasos. Los materiales tampoco eran caros. La función de secado también cumplía con la de exhibición, así que la gente se acercaba a comprar. Don Julio le enseñó a sus hijos, estos a los suyos y así sucesivamente. Hugo Mena y su hermano son la cuarta generación que heredó el oficio familiar.
Aunque toda la vida ha estado entre piñatas y de pequeño ayudaba a sus papás a abrir papel, a pegar ojitos y otras cosas básicas, Hugo comenzó a trabajar la artesanía seriamente hace 32 años, cuando era un adolescente de 16. Tiempo después se casó y junto a su esposa emprendió, se independizó y siguió con el oficio por su cuenta. Hace 12 años se instaló en la colonia Cuauhtémoc, en uno de los locales de la planta baja del número 228 de la calzada Melchor Ocampo. Hace tres, Hugo comenzó a aparecer en entrevistas para prensa y televisión. Su negocio se hizo conocido y por fin parecía que tenía estabilidad económica. El temblor del 19 de septiembre terminó con eso.
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La mañana del 20 de septiembre fue desoladora para Hugo Mena. Intentó abrir el local pero las tres cortinas estaban más pesadas que de costumbre. Con fuerza el hombre empujó los pliegues de metal y por fin subieron. Al primer vistazo notó un par de boquetes en las paredes. Estaba desconcertado, temía que si entraba una réplica o simplemente el daño que ya tenía el edificio no resistiera y se le viniera encima. Aún con temor sus vecinos comenzaron a sacar lo que podían de sus casas; Hugo hizo lo mismo. Todo su capital estaba ahí, en las figuras de cartón y pintura acrílica. En cuanto puso un pie dentro sintió el suelo inclinado.
“¿Me permites pasar para ver los daños?”, le preguntó un sujeto con casco y chaleco de Protección Civil. Hugo lo dejó entrar. El hombre sacó un pequeño martillo y golpeó las columnas. Luego dio su veredicto:
—No tiene daños estructurales, nada más son cuarteaduras.
—¿Y esos hoyos qué?
—Nomás se tapan, se vuelve a enyesar y ya. No pasa nada. La estructura está bien.
—No, la verdad no confío.
Más tarde otra persona de Protección Civil pasó a la construcción. “No le veo nada seguro a este edificio. No digan que yo les dije pero saquen las cosas lo más rápido que puedan. Es bajo su riesgo porque esto puede caerse en cualquier momento”. Piñatas Mena Bambolinos fue uno de los 2,573 negocios afectados en la Ciudad de México, según la SEDECO (Secretaría de Desarrollo Económico), a causa del sismo. Y uno de los 309 que tuvieron que cerrar porque los inmuebles donde se encontraban colapsaron o fueron declarados inhabitables y demolidos después. Sus tres empleados tuvieron que buscar otro trabajo.
Su compadre, amigos y gente que había salido a auxiliar a los damnificados le ofrecieron ayuda. Debía sacar 450 piñatas. Pero ese era el menor de sus problemas. ¿En dónde iba a guardar esos objetos voluminosos?
—Si quieres te presto un departamento. Está vacío. Confía en mí —le dijo un sujeto al que no conocía.
—Está bien —aceptó Hugo porque debía moverse rápido.
Luego se enteró que Paco, como se llamaba el hombre, era el tío de la novia de su hijo. Tal vez por eso no le cobró un peso por almacenar su mercancía casi cuatro meses en ese apartamento en Azcapotzalco. Los amigos de Hugo llevaron una camioneta, también su compadre y la novia de su hijo junto a su mamá. Ahí metió la mayoría de las piezas y otras tantas en casa de sus papás, que viven en la misma demarcación. Vitrinas, mesas y demás mobiliario se quedaron; no tenía dónde meterlos y fueron destruidos durante la demolición del edificio.
La pocas mercancía que no pudo almacenar la sacó del local para venderla en la calle. Al siguiente fin de semana fue a entregar unas piezas. La vida sigue, dice Hugo, además había que cumplir a los que pagaron por adelantado. Pronto sus clientes se enteraron de lo sucedido y para ayudarlo le compraron piñatas. “No lo necesito por el momento pero la voy a comprar”, le decían unos; “la voy a ocupar hasta diciembre pero de una vez, para ayudarte y salgas con tus gastos”, expresaban otros. Corrieron la voz y otras personas acudieron a la venta. “Se portó muy bien la gente. Ahí compruebas lo que dicen, que el pueblo mexicano es muy unido”, me platica conmovido.
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Hugo sabía que la ola solidaria no duraría mucho. Se enteró de los apoyos del gobierno para las personas que, como él, sus negocias habían sido afectados. Sin embargo, los tres mil pesos que le ofrecieron los vio como una burla. Una mudanza para trasladar sus piñatas cobra 3,500 pesos, la renta de una bodega rebasa los ocho mil. No le alcanzaría. Además muchos documentos que le pedían, como declaraciones, acta de Hacienda y más, durante el rescate de la mercancía se traspapelaron.
Un día un representante de SEDECO lo contactó y le ofreció un crédito por 120 mil pesos que pagaría a cinco años, mes con mes. Con eso podría reiniciar su negocio. Hugo empezó a buscar local. Unos eran muy pequeños, otros estaban mal ubicados o no contaban con las condiciones que su giro necesita. El mayor problema era la renta. El local que encontró cerca de su anterior ubicación quería 37 mil pesos al mes. Hugo pagaba diez mil. El dinero se iba a ir entre los dos depósitos que pedían más la renta corriente. Además tenía gastos personales y deudas adquiridas con anterioridad. No iba a funcionar el crédito. Rechazó la ayuda de SEDECO. Decidió comenzar de nuevo con sus propios recursos.
Aunque sus clientes mayoristas así como los que le hacen pedidos individuales cada vez que tienen fiesta, le siguen comprando, sus ventas han bajado un 60 por ciento. De entregar entre 40 y 100 piñatas a la semana, ahora vende entre 20 y 40, cuando bien le va. Hay semanas que salen apenas seis piezas. La falta de local ha sido una de las principales causas.
—¿Cómo vendes ahora sin local?
—Tenemos una página de Facebook y los teléfonos 55253241 y 5517714215.
—¿Y llevas las piñatas a domicilio?
—No. No tengo auto ahorita. Mis papás me hacen favor de entregarlas en su local (frente a Galerías Plaza), pero tengo que insistirle al cliente que la recoja para que no ocupe el espacio que necesitan las piñatas que ellos hacen. También para que no se maltraten. Una piñata no la puedo tener al aire libre porque cualquier cosa las echa a perder.
—¿Aquí, en Azcapotzalco, no entregas?
—Ese es otro problema. Muchos clientes no quieren venir hasta acá, les da miedo la zona o les incomoda la distancia y el tráfico. Muchos dicen que está muy enredado llegar aquí. Luego cuando vienen, los vecinos tienen apartada la calle y no se pueden estacionar tan fácil; los vecinos empiezan de agresivos.
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Los papás de Hugo tienen su taller en la planta alta de su casa. Para llegar al domicilio hay que caminar por las laberínticas calles del barrio de Santa Apolonia, en Azcapotzalco. El lugar no es más grande que una recámara de tres por tres. Huele a engrudo, a pegamento, se siente la humedad de los materiales. Ahí está el molde de la muñeca del tamaño de una niña de seis años, que sirve para hacer el cuerpo de las princesas o las superheroínas. También está la cabeza de Darth Vader, el semicírculo que sirvió para hacer la piñata de concha que Bimbo le pidió para el niño de Jalapa que quiso su fiesta con esa temática. En el patio se seca un avión desnudo, pues aún el periódico que le da forma no es cubierto por el papel blanco que será pintado con acrílico. También está el molde del dinosaurio Barney.
En esa casa ahora vive Hugo. Con la crisis no ha podido rentar un departamento. Va al día con los gastos. Cuando no hay pide prestado y en cuanto llega el dinero luego, luego lo reparte. Este año su hija no ingresará a la educación superior por falta de dinero. De hecho se ha atrasado en el pago de colegiaturas e inscripciones de la universidad y bachillerato de sus dos hijos varones. Aunque el mayor trabaja y ayuda con sus gastos, no ha sido suficiente para la familia.
“La verdad me frustra porque no puedo hacer más, porque por más que le echemos ganas no tenemos los ingresos para sacarlos adelante”, me dice con decepción.
Hace unos meses, en medio de la desesperación y la depresión, Hugo pensó abandonar las piñatas y conseguir trabajo. Es contador titulado, sin embargo, solo ejerció un mes cuando salió de la universidad, hace unos 22 años. La mala paga lo hizo dedicarse al negocio familiar. Hoy difícilmente lo contratarían. Aunque ha llevado un negocio por más de dos décadas sabe que su experiencia no es la que necesitan otras empresas y que en este país las contrataciones se complican a partir de los 35 años; ahora tiene 48.
“Me da mucha tristeza, coraje, incertidumbre, un montón de sentimientos al saber que mucha gente, artistas, extranjeros, gobiernos, donaron. ¿Y aa es dinero qué se le hizo? ¿Dónde se quedó todo eso?”. Hugo levanta la voz. Durante todo el tiempo que platicamos se mantuvo tranquilo. Es la primera vez que el sentimiento le gana y lo saca en un reclamo. “Yo escuché de artistas que donaron millones de dólares, ¿Dónde quedaron? Uno no pide que le regalen nada, simplemente que haya un apoyo real”.
A pesar de la adversidad, Hugo sonríe todo el tiempo. Hay un dejo de esperanza en su mirada y en sus palabras: “Tenemos las cosas difíciles pero seguimos con muchas ganas de salir. Por ganas no paramos”.
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Hace cinco meses grandes máquinas y una cuadrilla de hombres derribaron la construcción de cuatro pisos que albergaba el alegre local de Hugo en la planta baja. El tramo del Circuito Interior entre Río Ebro y Río Tíber ha perdido color. A la gente ya no la invita a pasar Flash, el Capitán América y el Batman de Lego con su cuerpo cuadrado. Tampoco la pandilla de perros rescatistas de Paw Patrol, Buzz Lightyear y el Jefe en pañales en su elegante traje negro. Ya nadie sale cargando a la Sailor Scout Serena o montando a My Little Pony. Hoy unos señores grises reciben aburridos autos que no pueden estacionarse en las calles de la colonia Cuauhtémoc.
Foto portada: Facebook Piñatas Mena Bambolinos
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