La colonia Obrera es uno de los barrios populares más representativos de la CDMX. Su historia está llena de lugares como pulquerías, salones de baile, cabarets, cines y vecindades, muchos de ellos ya desaparecidos. Para María del Carmen Cruz Castelo y Janet Cristina Millán Castañeda, quienes recolectaron testimonios de algunos de sus colonizadores y habitantes en el libro “Memoria colectiva de la Colonia Obrera” (UACM, 2017), el barrio es uno de los microcosmos donde nace y se forma la cultura de un país.
La voz de sus protagonistas
En sus inicios, la colonia Obrera era el terreno de El Cuartelito, potrero que las tropas de Santa Anna ocuparon a mediados de 1800. Su nombre oficial lo recibió a fines de la década de 1920, debido a que la mayoría de sus habitantes se dedicaba a algún oficio. Por ese entonces y en las calles sin pavimentar había polvaredas en la época de estiaje y lodazales por las lluvias. En esas calles de tierra solían improvisarse funciones de cine. “El tesorero del sindicato de electricistas proyectaba películas los sábados por la noche en la puerta ubicada frente a su ventana. Ponían una sábana como pantalla. Y venía mucha gente, ¡todo mundo cargando su sillita para sentarse a media calle!”, rememora en las páginas del libro el señor Juan Sergio Rentería, pionero de la colonia.
La colonia Obrera se distinguió durante muchos años por tener numerosos cabarets, centros nocturnos, cantinas, pulquerías y cervecerías, considerados lugares de mala muerte, pero también centros de entretenimiento y diversión. Para otro de sus habitantes, el señor Agustín Arriaga, “la Obrera era la colonia que tenía más antros, entre los que estaban El Burro, El Caballo Loco, El Quinto Patio, El Tío Sam y El Infierno, por mencionar sólo algunos”. Asimismo, eran tantas las cantinas y pulquerías —de nombres peculiares como “Aquí te quiero ver”, “El campeonato”, “Voy más a mí”— que hay quienes afirman que había una en cada cuadra. En esos lugares se consumía el pulque curado o al natural, entre otras razones, por sus cualidades nutricionales. Casi todos estos establecimientos fueron cerrados y desaparecidos durante el periodo del regente Uruchurtu (1952-1966) por ser considerados inmorales.
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El Salón Colonia, ubicado también en la colonia Obrera, fue muy famoso y concurrido para ir a bailar principalmente danzón. Según datos de la época, se estima que entre los años treinta y cincuenta la afluencia de asistentes era de dos mil parejas cada semana. En ese lugar se filmó en 1991 la película mexicana “Danzón” con la actriz María Rojo. Según la señora Alicia, vecina de la colonia: “Ahí tocaban puras orquestas de primera, o sea, en cuanto a danzón era el mejor, por eso la gente iba y era muy bonito”. Finalmente cerró en 2003 debido a que el negocio cayó en números rojos y a pleitos entre los herederos después del fallecimiento del dueño.
Los cines de la colonia, El Coloso y El Estrella, fueron inaugurados en 1938 y 1941 respectivamente. De enormes dimensiones, el cine Coloso, un monstruo que contaba con luneta, anfiteatro y galería, era el tercer cine más grande de la Ciudad de México, con un cupo para mil quinientas personas. Disfrutar de la permanencia voluntaria, las matinés, las películas del Santo o de Hollywood al grito de “¡Cácaro!” en medio de la oscuridad a cambio de cuatro pesos era de lo más habitual en sus salas. Ambos cines desaparecieron al llegar la modernidad. El terreno donde estaba ubicado El Coloso actualmente está baldío y en el de El Estrella se construyó un edificio de departamentos.
Las primeras viviendas de la colonia formaban vecindades. En la llamada “zona de los jacales” se aglutinaban huacales de madera y lámina que, con el tiempo, principalmente a raíz del terremoto de 1985, desaparecieron para dar lugar a condominios o departamentos. El Programa de Renovación Habitacional, diseñado por el gobierno de entonces, benefició a muchos habitantes de vecindades; sin embargo, las dimensiones arquitectónicas de muchas viviendas cambiaron cuando se redujeron dramáticamente los espacios. “Antes se compartían los patios y los lavaderos. Después fue otro tipo de convivencia. Los patios eran grandes, las casas eran grandes y se veían antiguas. Ese era otro tipo de vida”, comenta el señor Antonio, también habitante de la colonia.
Entre los beneficiados por el programa estuvieron personas provenientes de otros lugares, como Tepito o la Doctores. Para el señor Antonio esto terminó por empeorar la seguridad: “Ahora nada más estás cuidándote de que no te vayan a asaltar. Antes podías salir a cualquier hora, pero ahora ya ni sabes. Hasta de la policía te andas cuidando”.
Una manera de evitar el olvido
Para María del Carmen Cruz Castelo y Janet Cristina Millán Castañeda recordar nuestra historia significa volver a apropiarse de lugares y tiempos comunes, lo que ayuda a construir una identidad social y compartir afectos.
Conocer nuestros orígenes y costumbres valiéndonos de la memoria colectiva urbana de nuestros ancestros nos permite saber de dónde venimos, quiénes somos e, incluso a veces, predecir nuestro porvenir más inmediato. La historia de la Ciudad de México y de sus habitantes puede revelarnos todos esos secretos. Vale la pena indagar en la memoria de nuestra tierra, porque nos involucra y nos aproxima a ella. Preservar nuestra cultura es una manera de evitar el olvido y, por lo tanto, de engañar a la única muerte que puede matar de verdad.
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