“Esperanza y justicia” fueron algunas de las palabras que escuché pronunciar de manera repetitiva en la voz de la pareja de conductores del canal 44 de la Universidad de Guadalajara que se encontraban detrás mío justo en el área, de lado izquierdo del escenario, donde los periodistas pudimos ver la llegada del presidente de la República Oriental de Uruguay, José Mujica, al Auditorio Juan Rulfo en la Expo Guadalajara, en el marco de la feria de libros más importante de habla española.
La presencia de “Pepe” —como le llaman sus admiradores a José Mujica— me hizo recordar cuando el nombrado Papa —¿o Pepe?— viajero, Juan Pablo II, visitaba México. Con esos discursos desbordados de amor exacerbado por parte de los comunicadores televisivos y la feligresía católica hacia su santidad.
Eran las diez de la mañana de un domingo siete del mes de diciembre de 2014, en Guadalajara, Jalisco, y en el auditorio Juan Rulfo no parecía que la FIL estuviera en su último día de actividades —las cuales comenzaron el sábado 29 de noviembre con una apertura desangelada y aburrida con Argentina como invitado de honor.
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Había un ambiente de expectación, el mismo que se vivió la noche anterior en el Foro FIL con la presencia del grupo argentino Enanitos Verdes —decir que el público les gritó: “¡Putos, putos!”, cuando Marciano, el cantante de la vieja agrupación, dijo que interpretaría Besos violentos, una melodía que cantan, según ellos, con “ese gran artista mexicano Cristian Castro”.
“Están pisando todo el suelo los del Estado Mayor Presidencial”, señaló la pareja de conductores del canal de televisión local. Revisaban cada centímetro de la tarima donde el santo presidente bonachón de vocho y perrita con tres patas a la cual ya extraña junto con su “vieja”, José Mujica, sería entrevistado por el periodista Ricardo Rocha, quien dio a entender en algún momento al uruguayo que no se muera nunca porque es ya “un rock star” de la política. No se dio cuenta el veterano periodista que él también ya es un viejo.
Mujica, aquel que “no ha tenido dos pecados mortales en el ejercicio actual del poder, tal como lo concibe la inmensa mayoría de los presidentes, mandatarios y jefes de Estado: decir la verdad y no robarse un solo peso”, como afirmó Ricardo Rocha, estaba retrasando el evento programado para iniciar a las nueve de la mañana. Ya eran alrededor de las 10:30.
Parecería vergonzoso —o cómico— ver en youtube como Pepe cae o tropieza por algún tornillo mal puesto por parte de la FIL en ese barandal flojo de las escaleras por donde subiría, así que continuaron con su revisión minuciosa, ridícula para muchos. De pronto sacaron los taladros para ajustar esos tornillos.
En el público que esperaba a Mujica esa mañana se encontraba, entre otros, el escritor Martín Caparrós. Ese argentino que le tiró palillos en la cara a los empleados del hotel Hilton por no saber quién era él pero que publicó en su cuenta de Twitter ideas tan límpidas como:”No quiero que estén de acuerdo, solo les pido que piensen”, dice Mujica. Eso es lo que lo hace distinto, no el VW celeste”.
La sensación de estar en un acto con cierta religiosidad latinoamericanista o como el de la iglesia brasileña Pare de Sufrir pasaba por mi mente una y otra vez. Era la misa perfecta para un domingo siete de fresca y soleada mañana en la FIL Guadalajara, como si estuviéramos apunto de escuchar a un redentor que viene del más allá, de ese pequeño pueblo uruguayo para inflarnos el pecho de esperanza, amor y paz para promover la justicia en el mundo.
En algún momento José Mujica ya en el escenario le dijo a Ricardo Rocha: “El Estado debe ser el escudo de los pobres” y “hay que usar un poco el balero”, es decir la cabeza, y que sin embargo no hay que estar de acuerdo con lo que él dice: “simplemente les pido que piensen”, así como lo tuiteó el feroz Caparrós.
Y expresó que “¡Viva México!”, que no se nos va a pulverizar este país porque tenemos “el tesoro de su pueblo, de su tradición y de su cultura”. Yo no dejaba de pensar en las palabras retractadas de ese gobernante hace un par de semanas cuando reclamó que México “parece” un estado fallido, en referencia a la desaparición de los 43 normalistas y luego corregir que no lo es. ¿Entonces en qué quedamos, Pepe?
Frente a decenas de personas que lo escuchaban atentamente y que aplaudían sus expresiones, como “soy ateo” —igual que José Saramago, pienso yo— “pero eso no me justifica a ser blasfemo”, el presidente del Uruguay advirtió que “para ser fuertes los débiles se tienen que juntar”.
Mujica indicó además que él se consideraba “cualquier hijo de vecino”, aunque fuera de la Expo Guadalajara había militares, y que “eso de verse de personaje por el mundo, dando conferencias, hasta la amenaza de un eventual caché que imaginan por ahí y paseando en los hoteles… No creo”, aunque viajó a Guadalajara para recibir, un día antes, el premio Corazón de León que le otorgó la Universidad de Guadalajara en el auditorio Salvador Allende. A los periodistas nos solicitaron una foto de identificación oficial o una credencial del medio, además de un oficio de jefe inmediato que acreditara que se labora en algún medio. El comunicado emitido por la Federación de Estudiantes Universitarios, subrayaba que eran requisitos “solicitados por el equipo de seguridad del presidente José Mujica”. Lo normal, pues, cuando se trata de cuidar a un primer mandatario.
La charla entre Mujica y Rocha continuaba, mientras que en el extremo izquierdo del auditorio se observaba que un hombre moreno, de traje azul y con moño gris al cuello, iba y venía, trayendo en las manos una enorme caja negra que contenía un libro del mismo color y de gran tamaño.
El del moño gris movilizó a la seguridad y organizadores de la FIL, para al final del evento lograr convencerlos que lo dejaran pasar par ver a Mujica. Le quería entregar ese mamotreto, editado por el gobierno federal en tiempos de Felipe Calderón, y que formaba parte de los libros acerca de la celebración —al hartazgo— del Centenario de la Revolución mexicana y el Bicentenario de la Independencia de México. Se lee en su portada: “México 200 años. La patria en construcción”.
El hombre del moño gris, —con un pin en la solapa del saco que dice “Creemos en los libros”— me explicó que él es un “fundamentalista de la cultura” y aunque pudiera haberle dado un librazo en la cabeza al presidente Mujica y ser noticia a nivel mundial por matar a un presidente de un libro con la única intención de promover la lectura, lo admiraba demasiado para hacerlo. Al final saludó al uruguayo, le entregó el libro más grande posible y se tomó una foto con su celular, para constatar el momento en que abrazaba a Mujica.
Días más adelante busqué el Facebook de este hombre, Jorge Nobel, quien se identifica en esta red social como Salvaje del Cerro. Librotón-Donatón. Ahí miré la misma foto del celular y leí el siguiente dirigido —y etiquetado— a los periodistas Rafael y Carlos Loret de Mola:
“Rafael Loret de Mola: Muy ADMIRADO y QUERIDO PATRIOTA y PADRE de mi IDOLO MEXICANO Carlos Loret de Mola : SÌ existe un PRESIDENTE DECENTE y VALIENTE en nuestra EPOCA y en nuestro PLANETA; Jose Pepe Mujica. ADALID en la ESPERANZA y la JUSTICIA SOCIAL. Su MENSAJE de COHESION SOCIAL y HUMANISMO ECONOMICO, replicaran impostergablemente en el CORAZON de cada HOGAR MEXICANO. ¡¡¡ VIVA la IGUALDAD y la LIBERTAD !!!”.
¿Pero quién es él? Se llama Jorge Nobel, es organizador del Librotón, dueño de la biblioteca mas grande del mundo. Me entregó un volante en el que se lee: “Más lectura, más felicidad, más cultura. El libro: analgésico para la agridulce vida del ser humano-divino”.
Él viene desde Guanajuato y anda de gira nacional por el Librotón, el cual consiste en la donación de libros, ellos van a recogerlos a “tu hogar, oficina, empresa, iglesia, sindicato, club. A cualquier lugar de la república mexicana”.
Ese año Nobel le entregó uno a la ministra de cultura de Argentina y a dos personas más con cargos importantes, pero no esperaba, sin embargo, la presencia de José Mujica y menos entregarle un libro en su manos y fotografiarse con él
Lo que más me sorprendió de ese hombre de moño gris, es cuando me dijo, sonriente, que no descarta darle un libro gigante también al presidente Enrique Peña Nieto. Pero no dárselo en las manos necesariamente sino en la testa para ser noticia mundial con la idea de: Presidente mexicano muere de un librazo en la cabeza.
“De mi te vas acodar”, me dijo sonriente y pícaro sin dejar de mirarme.