El barrio de La Candelaria de los patos huele a pólvora. Hay fiesta en las calles de la colonia, justo a las afueras del Templo de San Jerónimo, al que la gente conoce con el nombre del barrio. Ahí la feria ambulante con juegos mecánicos, las vendedoras de velas enrolladas en listones de colores, las floristas improvisadas con ramilletes naranjas, blancos y morados desmayados por el calor, prácticamente esconden el pequeño lugar destinado al culto. No falta la señora de los tamales. Deme uno de verde, yo quiero una torta de mole, ¿le quedan de dulce?, ¿de qué es el atole? La mujer no se da abasto. Hoy es el día bueno.
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La gente, la mayoría mujeres, arriban al lugar con sus figuras de Niño Dios en canasta o en los brazos. Según la costumbre, el que sacó el muñeco en la rosca de reyes debe presentar al niño con sus respectivas velas o candelas. Por eso hay que llevarlo bien arreglado, con ropón blanco, si es la primera vez que se viste, o con indumentaria de gala, hecha con telas brillantes y doradas, después del segundo año. Y así como se visitan las tiendas de diseñador para encontrar el atuendo que se usará en la graduación o la boda de la mejor amiga, el Niño Dios también tiene en la calle de Talavera, en el barrio de la Merced, su lugar para vestir y quedar guapetón.
“¿Verdad que está muy chulo mi Niño?”, dice una señora que lleva a una figura vestida con una ropón azul y a otra de rojo. Las dos en la misma canasta bordeados de dulces. “Y es muy milagroso. Todo lo que le pido me lo cumple. Por eso cada año lo visto, lo arreglo bonito. ¡Tómale foto! ”.

Llega también la chica que por primera vez viste a un Niño Dios que le regalaron, porque así dice la costumbre que se debe obtener el primero, y el señor que lleva su canasta repleta de esas pequeñas figuras, bien acomodados para que luzcan. Si uno cabe en el metro por qué ellos no en una canastilla.
Sin embargo, hay una confusión en la mayoría de la gente que acude a la fiesta. La protagonista del día debería ser la Virgen y no su hijo. El Vaikrá, libro de la tradición judía, y el Levítico, parte del Antiguo Testamento en la Biblia, dicen que después de 40 días del parto, si la mujer dio a luz a un varón, debía acudir al templo para ser purificada. Pero en la época colonial, las monjas comenzaron a vestir las figuras de Niño Dios para aprovechar la fecha y presentarlo en la iglesia, como narra el relato bíblico que hizo la Virgen años después con su hijo.
La fecha coincide también con una celebración de la época prehispánica. Se realizaban sacrificio a los tlaloques, la nubes ayudantes del dios Tláloc, para pedir lluvia para las próximas cosechas. Así que se les ofrecían niños a quienes vestían de gala. Durante su ascenso al Monte Tláloc, los hacían llorar como augurio de que habría agua en abundancia el resto del año.
De pronto explosiones de cohetones interrumpen al barrio de la Candelaria. Las trompetas y tambores de una banda de guerra hacen que los come tamales y compra velas volteen. Llega una procesión. En el toldo de una camioneta viaja la figura de una Virgen de la candelaria vestida de rojo. Lo mismo en los otros cinco autos que vienen en fila. No hay forma de no ver a la mujer de cerámica: el nicho dorado, tan adornado que parece sacado de una iglesia barroca, los globos rojos y blancos. Hay que acomodar de cuando en cuando la figura que se ladea con el movimiento del auto. No es suficiente el mecate blanco para sujetarla. Vienen desde Ecatepec. No pudieron ir a Veracruz, a Tlacotalpan, la economía no dio este año. Los adolescente que componen la banda de guerra se ven frescos, con sonrisas. La fiesta de la virgen es motivo suficiente para faltar a la escuela.
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