Juana llegó acalorada del trajín del transporte público. Venía del Sur de la ciudad y tomar distintos transportes para llegar a la Fundación Salvati, en la colonia Roma, indudablemente la cansaba. Sin embargo, no era impedimento para sentir esa sensación de saber que ese día no volvería a ser la misma.
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Imaginen por un momento recibir una noticia: tienen cáncer. No importa el tipo: próstata, mama, pulmón, colon, etcétera. ¿Qué pasaría si de un momento a otro ven que el cabello, las cejas y las pestañas se caen como efecto colateral del tratamiento? ¿Cuál seria la reacción? Asimilar que todo en nuestro cuerpo esta mal por dentro y por fuera.
Juana fue diagnosticada con cáncer de mama a principios de 2016. Además de los severos efectos de la enfermedad en su salud, un día se levantó y vio que ya no tenía cabello, que su piel se marchitaba y sus cejas se caían. Eran las secuelas de las cuatro quimioterapias que recibió.
En México tres de cada 10 mujeres son diagnosticadas con cáncer de mama. Al día hay 10 decesos debido a esta enfermedad. Es la primera causa de muerte por tumores en las mujeres, de acuerdo a cifras del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM.
Si bien la quimioterapia sirve para matar las células cancerosas, el efecto que dejó en el aspecto de Juana fue un duro golpe a su feminidad. No solo cayeron su cabello, cejas y pestañas; también la seguridad, el amor propio, las ganas de vivir. Sentía como impactos las miradas de la gente en el mercado, en el transporte público, en la fila de las tortillas.
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Claudia García Peña, una de las pocas consultoras de imagen de mujeres con cáncer en el país. Se involucró en este proyecto por la enfermedad de un familiar. “Hace 12 años mi cuñada, la esposa de mi hermano, tuvo cáncer de mama. Fue el primer caso que tuvimos en la familia, porque nadie más la había padecido, y se trataba de la persona más sana de la familia —dice—. Entonces, yo siempre consideré que la consultoría en imagen no era un recurso frívolo, sino que ayudaba a incrementar la autoestima de estas mujeres”.
Certificada en Estados Unidos por el Conselle Institute of Image Management, especializada en consultoría y promotora de Consultoría en Oncoimagen en México, Claudia ejerce esta especialidad desde 2008. Es autora del libro Tu mejor imagen frente al cáncer. Su tarea es ofrecer a las mujeres la esperanza de que saliendo de ahí se van a volver a sentir bien y recuperarán su autoimagen.
“El trabajo es maravilloso cuando les ayudas a que puedan volver a verse en el espejo —cuenta la consultora—.Uno de los temores más grandes de las personas cuando entran a un tratamiento oncológico es la pérdida del cabello, cejas y pestañas; eso a veces puede ser más fuerte que la pérdida de una mama o de las dos. Y esto redunda muy fuerte en la pérdida de la autoestima”.
Entre todas sus pacientes, Juana fue un reto porque tras la quimioterapia la mujer sintió un robo a su identidad y a su autoimagen. Iba por la calle con un estandarte de “estoy enferma”.
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Cuando Juana llegó a la Fundación Salvati, Claudia García la esperaba con una enorme sonrisa y esa mirada de bienvenida que a cualquiera le da certeza y seguridad de que todo estará bien por más que el mundo se derrumbe.
Estaban en una habitación cálida, con paredes color pastel y un ventanal por el que se colaban algunos rayos de sol. Un letrero atrajo la mirada de Juana: Ojalá y tus acciones reflejen tus sueños, no tus temores. En la enorme mesa estaban dispuestas seis pelucas de diversas formas y estilos: rizadas, lacias, rubias y pelirrojas. También ya estaba abierto un neceser con maquillajes, brochas y lápices. Frente a todo este arsenal había una caja repleta de mascadas de todos colores y tamaños.
Un poco temerosa, Juana se quito la peluca que traía mal puesta. Verse al espejo con el cabello apenas crecido le resultaba difícil. A sus 64 años no había tenido acercamiento con una asesora de imagen y mucho menos en esas circunstancias. Pero tenía entendido que lucir presentable es la mejor medicina para vencer la depresión.
Veía las pelucas con recelo. Se probaba una y otra. Hizo el mismo ejercicio varias veces. Se miraba al espejo con insistencia hasta que decidió quedarse con la que traía puesta. Pero esa peluca ya era distinta: estaba peinada de diferente forma y le hacia ver como si se tratara de su cabellera natural.
Llego el momento de probar maquillajes. Su mirada era la de una niña ante un juguete nuevo. Prestaba atención a todas las indicaciones y consejos que Claudia le hacía sobre el tono, la textura, la aplicación del rubor y el delineado de la ceja. Todo el ritual lo hizo con una perfecta disciplina. De vez en cuando se miraba al espejo. Era como si el maquillaje le regalará gotas de seguridad, de alegría. Fueron más de dos horas de transformación.
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“Me siento mucho más segura de mi misma, como dar la cara en la calle. Pero ustedes no han padecido esto. Al caminar, a veces la peluca se me va de lado, siempre debo estarme viendo en el espejo y luego no puedo. Necesita una la seguridad y con este cambio de imagen me siento más segura de mi misma”, me platica Juana.
Cuando Juana salió de aquel lugar traía los ojos brillosos de emoción. Para ella maquillarse ha significado caminar con la frente en alto en esta batalla, a veces tranquila, a veces turbia, pero siempre con una consigna: no rendirse.