- 144 mil personas en México viven con VIH. Dos portadores de generaciones distantes, relatan su historia de lucha contra este virus. Su testimonio nos da una nueva visión sobre la situación actual de esta infección en Sonora.
Tabula rasa: Expresión del latín hacia la acción de no tener en cuenta hechos pasados, similar a la expresión más moderna de hacer borrón y cuenta nueva.
Grindr y Tinder son mis mejores aliados. Cuando estoy ardiendo desde mi interior por intercambiar fluidos y ser penetrado desde una posición digna del Kamasutra recurro a estas apps. Es garantizado obtener algo entre los 30 minutos y la hora.
“Rol, edad y ubicación” es mi nombre completo. Subo a mi carro y viajo hasta mi destino, ya sea cuando los pájaros cantan o callan. Mis manos, sudorosas; mi mente, escéptica. Arribo y veo al hombre sin cabeza.
Comienza la small talk y el coqueteo, su pierna roza la mía, me pregunta sobre cómo me va en la escuela y yo en su trabajo. Una lengua interrumpe mis sílabas, comienza el tan esperado faje. Subo a su entrepierna y comienzo a sentir un bulto firme en mi pantalón. La ropa resulta incómoda, terminamos como Adán y Adán. Mi pene y el suyo son cubiertos por fluidos sumamente maniobrados por la boca.
Llega la hora del momento, la penetración. “No tengo condón”, suspira a mi oído. Mis vellos de la espalda devienen esporas y el caníbal dentro de mi, sale.
—No importa—, aclaro.
Tres meses después, mi cuerpo comienza a sentirse raro. Noto dos bultos en mi cuello y un resfriado que no se va. Mi instinto cavernícola me lleva a buscar en nuestro Sócrates actual, Google.
La palabra VIH resalta. Miles de alientos fríos soplan en mi cuerpo y mi mente comienza a entrar en suspenso. Mi paranoia me invade de cualquier lado.
El día siguiente corro hacía una clínica con furor. La chica de cabello de heno me saca sangre y sentencia mi muerte a las 3:00 pm. Las horas pasan y las estrategias de suicidio comienzan a fluir. Llegan las 2:30 y voy a la hoguera. Doy pasos minúsculos y pregunto por mis análisis. El sobre se desmantela y lo único que leo es: negativo.
El alivio es más placentero que el orgasmo fallido que tuve esa noche. La prueba del VIH cambia la vida de alguna forma u otra, para bien y para mal.
¿Qué es el VIH/SIDA?
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) ataca el sistema inmune y debilita los sistemas de defensa contra las infecciones y contra determinados tipos de cáncer. A medida que el virus destruye las células e impide el normal funcionamiento del sistema inmune, la persona infectada va cayendo gradualmente en una situación en la que su cuerpo no puede combatir ni protegerse. La función inmunitaria se suele medir mediante el recuento de linfocitos CD4.
El VIH afecta a cualquier persona. No tiene sexo, color de piel, sexualidad o clase. Según el Centro Nacional para la Prevención y el control del VIH y el SIDA (CENSIDA), 144 mil personas en México viven con VIH. Del año 2000 hasta la fecha, por cada mujer diagnosticada con en virus, hay de tres a cuatro hombres infectados. Sin embargo, se reconocen diferencias por entidad federativa, que hacen suponer estados con una razón menor.
El informe de Vigilancia Epidemiológica de casos de VIH/SIDA en México reporta que durante el cuarto trimestre de 2017 en Sonora se reportaron 117 hombres y 26 mujeres registrados como seropositivos a VIH.
“Cuando inició el VIH, en los noventas, era más homosexualizado por las condiciones en que se daba, ahora tiene un rostro más heterosexual y va agarrando un rostro de mujer”, comenta Rubén Manríquez, director del albergue La Tenda di Cristo, de Hermosillo, Sonora.
Rambután y Antonio son dos sonorenses que viven con VIH. Ellos tienen una vida llena de retos. Diferentes generaciones, diferentes formas de afrontar algo que en los 80 era una sentencia de muerte.
Rambután. 27 años
2017 comenzó como una espiral muy rápida a la miseria. Todo inició con una gripa que no se iba, luego fue una infección en la garganta, una infección severa en las encías y la lista seguía y seguía. Todavía recuerdo cuando mi dentista me preguntó si estaba seguro de no ser portador de VIH; por supuesto que suponía que era algo que nunca me pasaría a mí, así que lo descarté, pero mi cuerpo seguía siendo invadido. Cuando me mejoraba de algo, otro nuevo mal aparecía casi al mismo tiempo.
Todo llegó a su límite en septiembre después de tener diarrea por unos 15 días seguidos. Un sábado simplemente no podía levantarme de cama, hasta que mi mamá me obligó a volver con el médico, quien me dijo que con urgencia tenía que tomarme análisis de sangre. Para este punto, yo pensaba que tenía cáncer, leucemia, mal de Crohn, úlceras, pero jamás VIH.
En tres días recogí mis resultados, donde la palabra reactivo marcaría un nuevo y muy drástico cambio en mi vida. Recuerdo estar en el consultorio, con mi mamá, recibir el resultado y regresar a trabajar. Una parte de mí seguía sin creerlo, una parte de mí incluso estaba insistente en que era un error y que era probablemente porque había estado muy enfermo. Mi doctora obviamente me obligó a hacerme la prueba confirmatoria, la cual postergué por unos días con la excusa de mi miedo a las agujas (o mi miedo a saber la verdad).
Mi doctora lo dijo: “todos esos momentos de dolor y malestar son ángeles, son señales que te están avisando que algo está pasando dentro de ti, no los puedes ignorar”.
El día llegó una semana después y fue uno de los momentos más sutilmente irreales de mi vida. Una parte de mí se hundía en miedo, miedo a lo desconocido, miedo basado en mi ignorancia y mis prejuicios, miedo a las reacciones de otras personas. Y por otro lado, sentía un gran descanso, al menos ya sabía qué me estaba causando tantos problemas y que era posible encontrar una manera de contrarrestarlos.
Procesar tantas emociones encontradas me tomó semanas enteras de no pensar en otra cosa, de sentir que todo el mundo sabía, de sentir que todos me veían con lástima. Claro que todo esto estaba dentro de mi cabeza, sentir pena, lástima y hasta asco por mí mismo, es algo con lo cual sigo luchando hasta este momento.
Nada de esta lucha sería posible sin el incondicional apoyo de mis papás, quienes me han demostrado lo que es el verdadero amor. Si soy sincero conmigo mismo y con ustedes, si hubiera seguido viviendo solo cuando recibí el diagnóstico, muy probablemente no estuviera aquí escribiendo esto. El dolor crónico con el cual había vivido todo el año me tenía emocionalmente muy débil e incluso, antes de recibir la noticia, tuve por semanas la idea del suicidio en mi cabeza. Es muy difícil levantarse y dormirse sintiendo dolor, es más difícil comer, trabajar, sonreír o disfrutar.
Pero mis papás han estado ahí, poniendo comida en mi plato y regañándome si no la comía, recordándome que no es una sentencia de muerte, demostrándome que soy amado y que ellos también me necesitan. Les debo la vida en más de una manera, me hace reflexionar en todos los años en los que me sentí rechazado por ellos cuando realmente era yo quien me rechazaba a mí mismo. Eso es lo que nos mata, el silencio, el miedo a decir las cosas y el miedo de conocerlas. Irónicamente, esto nos ha unido mucho más de lo que jamás hemos sido, especialmente con mi papá de quien esperaba un rechazo total.
Antonio. 51 años
Durante 2009 yo había tenido como cansancio y tos leve, luego empecé con fiebre, tenía la presión baja, hubo un día que tuve mucha diarrea, eran como seis o siete evacuaciones en una noche. Sobre todo sentía el cansancio, yo tenía un cansancio con el que de pronto ni siquiera podía estar de pie.
Recuerdo mucho que una vez salí con mi entonces pareja —estuvimos 14 años juntos— a desayunar un domingo, allí por el Paseo de la Reforma. Ya estaba el paseo de bicicletas, y yo decía: “antes yo venía al paseo y andaba en bicicleta, y ahorita sólo quiero terminar de desayunar e irme a acostar”.
Irresponsablemente no me había hecho la prueba periódica como se debe de hacer, por lo menos dos veces al año, aunque, según yo, no había tenido prácticas de riesgo.
Sí tenía otra vida sexual fuera de la pareja muy marcada por la hipocresía heteronormada de que es tácito, no es hablado, no se manejan esas cosas de la infidelidad, de las cuernos, de esas estupideces que le hemos copiado a los heterosexuales de manera muy deshonesta e hipócrita.
Me hice la prueba y resultó positiva. Recogí los análisis a una cuadra y media de mi casa. Necesitaba ir al baño, tenía diarrea. En eso entró mi pareja a la casa y le enseñé que había sido positivo. Creo que él tuvo un shock más fuerte que yo y me dijo: “en este mismo momento nos vamos a la clínica Condesa”.
Según yo ya estaba enfermo, ya tenía SIDA, las defensas habían bajado de 200. Tú sabes que lo normal son más de 1000/1200, cuando bajan de 200 entran las enfermedades oportunistas, yo tenía neumonía.
Una doctora me revisó y me mandó medicamentos, me dijo que me hiciera una placa al otro día y fuera a verla en la tarde, y que hiciera los trámites para entrar al programa. Con la placa vio que tenia neumonía, me recetó. Entré al programa.
Empecé a tomar primero medicamentos para la neumonía, a los ocho días me volví a tomar una placa y la fui a ver, dijo que la recuperación había sido espectacular. Siempre he tenido la naturaleza fuerte.
Unas semanas después, en agosto de 2009, empecé en el programa de antirretrovirales, desde entonces mi estatus está controlado. Soy muy disciplinado en la cuestión de tomar los medicamentos, de hacerme los exámenes que me tengo que hacer, de controlar lo que como de azúcar y grasa, hago ejercicio, duermo bien, cojo rico. Vivo la vida sana que debe llevar cualquier persona.
Tengo una alarma en el celular que me recuerda tomar los medicamentos, dice como título: drogas de la vida. Es diario y de por vida. Esto en una enfermedad que se controla, pero es crónica.
Trato de ser optimista. Me tengo que hacer análisis de carga viral dos veces al año para saber que estén indetectables y desde finales de 2009 estoy indetectable. La cantidad de copias del virus son tan pequeñas que ya ni siquiera las contabiliza el sistema.
- Tabula Rasa, una mirada actual al VIH en Sonora - 29/06/2018