Por Magali Tercero
- La celebración de San Juditas, espejo de un país cercado por la pobreza y el tráfico de drogas, es una fiesta de jóvenes permeada por la búsqueda de una esoteria chilanga relacionada incluso con la Santa Muerte. Recuperamos esta crónica de Magali Tercero, publicada en 2010, como parte de la Colección Los Gatos Sabrán dirigida por Laura Emilia Pacheco.
Transbordo en San Lázaro, la estación equivocada, por ir mirando su elegante camisa blanca con un hermoso San Judas a escala humana estampado en la espalda. Una hora antes lo veo doblar en la esquina de Zarco y Reforma. Lleva entre los brazos un San Judas de bulto, de metro y pico de altura. Su destino es la iglesia de San Hipólito, fundada en memoria de la conquista de la Ciudad de México, el 13 de agosto de 1521, aunque algunos creen que primero fue la Ermita de los Mártires erigida junto a la antigua acequia de San Juan de Letrán, el pozo donde los aztecas acorralaron a los conquistadores durante la Noche Triste. El joven obrero no sabe que un poeta novohispano, el padre Arias de Villalobos, compuso en 1621 una Canción a San Hipólito, Patrón de la Ciudad de México, con versos donde cantaba gloria al poderío español y malquería a los vencidos:
“El indio pusilánime/ entre sus toscos árboles/ os erigió, de mármoles, pirámides egipcias y habitáculo;/ y para eternizar más vuestro oráculo,/ con fasto tutelar,/ en fiesta pública [la del Pendón],/ os adora por báculo/ de esta Curia de Dios, de esta República”.
Pero estábamos con el muchacho. Se acerca a las veladoras colocadas sobre la banqueta, muy cerca de la reja atrancada para impedir la entrada a los fieles. Junto hay estatuas del santo al que algunos, en una especie de guiño cómplice, pusieron tapabocas para tener a su San Juditas a tono con la contingencia de la influenza, el 28 de abril de 2009.
Este día el templo está cerrado por única vez en años. Y vigilado por agentes policíacos con tapabocas azules. “Favor de retirarse. Es peligroso estar aquí”, resuena desde el altavoz. Ni una palabra sobre la influenza. Hay escasas 50 personas, y con ellas reza este muchacho cuyo San Judas estampado incluye también la parte posterior de los impecables pantalones blancos. Durante algunos minutos se queda de rodillas frente a su santo, con la vista baja, musitando oraciones con la mayor devoción, pidiendo acaso un trabajo imposible de encontrar en época de crisis. Resulta atractiva la estética rockera de su cabello rematado con una cresta de gallo teñida de amarillo oro. Su lisa piel morena parece iluminarse con este tono de cabello que es casi un sello entre ciertas tribus urbanas. Seguramente vive en las afueras de la Ciudad de México. Un dato paradójico, lector, es que durante el virreinato esta zona del Distrito Federal, hoy en el Centro Histórico, formó parte de la periferia de la antigua Ciudad de los Palacios.
Por eso, explica en entrevista el investigador Jesús Rodríguez Petlatalco, hay aquí tantos tesoros de la arquitectura colonial que un día fueron hospitales. Entre paréntesis, no podemos dejar de mencionar historia del siglo XIX que resulta muy curiosa. Según un relato de la época: “Un convaleciente de tifo del Hospital Juárez comenzó a sufrir accesos de enajenación mental, y fue remitido al Hospital de San Hipólito. En este Hospital se desarrolló una epidemia de tifo en el departamento donde estaba el convaleciente, y todos los atacados fueron remitidos para su curación al Hospital Juárez. Cesó de pronto la epidemia, la cual volvió a presentarse después de algunos días, cuando comenzaron a llegar los convalecientes del Hospital Juárez. Como se había practicado, por indicaciones del Consejo Superior de Salubridad, la limpia de los caños y comunes, y la desinfección de los departamentos donde se había presentado el tifo, se pudo ver claramente que la causa de la nueva invasión era debida á las ropas que llevaban los enfermos, y que eran las mismas que habían usado al ser remitidos al Hospital Juárez. Dispuso el Consejo de Salubridad, que para ser remitidos los convalecientes al Hospital de San Hipólito, se les administrase un baño y se desinfectasen convenientemente las ropas, cuyas medidas fueron coronadas del éxito más completo, pues ya no se presentó otro caso de tifo en San Hipólito”. También se sabe de un poeta joven que fue ingresado ahí durante un año, hasta que su madre fue a sacarlo.
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Campesinos apunkados y rubíes románticos
Pero volvamos al chavo de elegancia a medias campesina a medias punk, a quien dejo inmerso en el desespero de su oración para dirigirme al metro. Hay pocos vendedores ambulantes, sólo algunos exhiben en sus puestos los collares y pulseras de moda, hechos con cuentas verdes y blancas, colores de la vestimenta de San Judas. Cuando por fin llego al vagón estoy bajo cierto estado de ensoñación –me habrá sugestionado la idea del solvente inhalable oculto en el puño– y comienzo a extrañar a las multitudes de otras ocasiones, los cientos de devotos con sus santos en andas y sus exuberantes ramos de rosas rojas en peregrinación por esta nuestra ciudad alterna del transporte bajo tierra. La estación del Metro Hidalgo tiene un atractivo inexplicable para mí. Me imanta y me hipnotiza desde hace tiempo. En meses de desempleo, en 2004 y 2005, incrédula como soy, me dio por pasearme por esos rumbos, leer furtivamente el cuaderno de peticiones a San Judas en San Hipólito y hasta pedirle un favor firmado sólo con mis iniciales, debajo de otras demandas: “San Juditas, por fa, no permitas que muera mi esposo Javier. Lo amo para siempre. Sánalo, házme el milagro”; o “Mucho te agradezco santo de mi corazón por salvar a mi hija mayor después de la operación”; o bien “Comprende que si me he hecho ratero no es por gusto, es necesidad. Consígueme un trabajo mi Juditas Tadeo y dejo el robo y también mi otro vicio del alcohol”. Además del cuaderno, en Internet se puede seguir la ruta de esta devoción y leer mensajes como el de una joven –acaso prostituta de la zona– pidiendo “házme crecer el busto a la talla 34 C. No sabes cómo sufro de no tenerlo”. O el de un señor anónimo: “San Juditas Tadeo, llevaré a cabo la promesa que te acabo de hacer hoy 5 de marzo de 2009 a las 18:51 horas. ¡Lo juro!”. Por supuesto, también hay quienes cuentan milagros: “San Juditas es nuestro santo y un día Itza y Fer vieron como movía su boca y sus ojos”, se lee a una lado del video donde dos chicas conversan frente una figura de pasta con el principal atributo del santo, la flama en la cabeza.
—Ya lo vi
—¿Dónde?
—Mira los ojos, se le pusieron amarillos, ¡y la boca!
Esta crónica me hace acordar del día en que me volví atea y salí corriendo de la iglesia. No pude azotar la puerta pero durante el camino a casa repetí una palabra recién aprendida (“padre pendejo, padre pendejo”). Tenía 12 años y no volví a pisar un templo hasta que se casó mi mejor amiga:
—¿Niña o niño? —me había preguntado el sacerdote desde la rejilla del confesionario.
—Niña, es que me vine aquí porque había mucha cola, —dije con un hilo de voz.
—¿Pues qué haces condenada escuincla? ¡Vete de inmediato a la fila que te corresponde!, —me ordenó el santo varón con dedo flamígero sobre quien supe, años después, que manejaba un Mustang rojo con guapísimas chicas al lado. Y así salí del templo rezumando ira infantil.
Aquí San Judas tiene lugar de honor junto al altar. Desplazó a San Hipólito hace unos 20 años cuando los fieles comenzaron a llenar una de las capillas. Es el santo de los desesperados. Y tiene fama de convocar rateros y prostitutas.
—Por eso vendemos menos. Algunos vienen a robar carteras o a tocar a las muchachas. Los devotos se salen acabando la misa y se van para su casa, —cuenta un viejo vendedor de estampas, pulseras, camisetas y veladoras, todos con la imagen santa.
Pero estábamos en que hace cinco años comencé mis recorridos por los alrededores del Metro Hidalgo. Caminaba por el jardín del cementerio de San Fernando donde están los grandes liberales del siglo XIX, el mismo que Rodríguez llama el “rubí del romanticismo mexicano”, imaginando a Benito Juárez y a Francisco Zarco revolviéndose en sus tumbas, todos espantados porque afuerita de la reja del panteón duermen, a diario, unos 12 o 15 niños de la calle desposeídos de todo. Sonreía irónica (¿cínica?) y me iba a echar un horrible café en el Trevi, restaurante tradicional de los 50 convertido en una fonda de “comida corrida”, como llamamos al menú económico consistente en caldo de pollo o sopa de pasta, arroz rojo o spaghetti a la crema y carne asada con chilaquiles o pescado empanizado con ensalada. Para mi economía de entonces los 60 pesos dolían. Sin embargo garabateaba mucho en la libreta presintiendo que mi ocio y desempleo me regalarían un proyecto de crónica más seductor que un escritorio con sueldo seguro.
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San Judas, dame chance de entrevistar a la presa más famosa
El segundo encuentro con el obrero punk del San Judas estampado ocurre en el pasillo que conduce al andén rotulado como Ciudad Azteca. De pronto vuelvo a ver su figura blanca. Camina de prisa y apenas tengo tiempo de pedirle a su San Judas estampado: “déjame entrevistar por fin a la que el diario español El País nombró la presa más famosa de México”, a la reclusa que lleva 20 años declarándose inocente y a quien pedí cita hace mucho. Teme las entrevistas, me han dicho, porque antes y después de ser sentenciada a más de 600 años la prensa la trató mal. Por eso escribió Me dicen la narcosatánica, un best seller con diez mil ejemplares vendidos. Leí que presuntamente ella es la líder del tráfico negro de medicinas en Santa Martha. Eso amenazó su liberación por buena conducta, y ella suspendió las entrevistas.
Pero el reportaje sólo contenía testimonios anónimos, ninguna prueba. La historia de este personaje secundario inspiró tres películas: Narcosatánicos asesinos —churro mexicano—, Borderland —churro gringo—, y la interesante Perdita Durango de Alex de la Iglesia, basada en la novela del mismo nombre de Barry Gifford. Es Sara Aldrete, algún día una atractiva joven de cuerpo atlético, rubia cabellera L’Oreal y ojos a medio camino entre el verde y el amarillo, los tonos de las cuentas de la nueva pulsera de moda en San Hipólito con los colores de la santería, culto al que habría pertenecido el líder de la secta conocida como Los Narcosatánicos, el cubano-americano Adolfo de Jesús Constanzo, por cuyos crímenes ella cumple sentencia como presunta cómplice. Será la época, será la crisis de confianza en la iglesia católica, será la cultura de la droga, pero en todas partes surgen sincretismos como esa extraña mezcla de santería, palo mayombe y estética del video que reveló Constanzo en los numerosos sacrificios humanos que realizó, en sus amuletos, hechos con las vértebras de las víctimas a quienes arrancaba cerebro y corazón para hervirlos en un caldero y tomarse su brebaje de poder.
En Cuba —porque allá también la devoción se practica el 28 de octubre, cuando nació el Judas “bueno”, en varios países de América Latina—, San Judas ha desplazado a San Norberto, u Olofi entre santeros. Tania Quintero, periodista habanera, informa que muchos “ya decidieron incluir al patrón de los casos imposibles, entre sus santos preferidos”. Aún no se conoce su contraparte en el panteón yoruba, y asombra saber que la devoción creció casi al mismo tiempo en ambos países. Aquí convoca multitudes festivas una vez por mes. Y si en Cuba desplaza a San Norberto, aquí “está al tú por tú con la Virgen de Guadalupe y con la Santa Muerte”, según cuenta Óscar, autor de variadas imágenes de San Judas, y, por raro que suene, de la Santa Muerte, cada día más venerada en México. Pregunto cómo logra que sus dijes brillen tanto. No hay truco. Este artesano y vendedor ambulante les aplica un baño leve de níquel blanco. Menciona un aspecto novedoso para mí:
—Tengo un pariente que juró dejar la droga cuando nació su primer hijo.
La ceremonia se realiza dos veces al día en San Hipólito. Consiste en presentar al sacerdote una estampa bendita donde cada quien escribe su nombre y su promesa: “San Judas Tadeo, me pesa de todo corazón haber ofendido a Dios con mis pecados. Pido que a través de ti pueda alejarme de la droga. Yo, Juan Bermúdez, con la gracia de Dios y tu ayuda, me propongo firmemente cumplir con este juramento durante un año”. Debajo firman un testigo y el propio sacerdote.
Cuenta un taxista, el que me regresó a casa el último 28 de junio, cómo dejó de beber:
—En ocasiones especiales el padre me da permiso de beber un tequila, lo menos malo para mi diabetes. San Judas ayuda mucho.
Lo confirma la mujer de facciones armoniosas y ojos brillantes que trabaja hace cinco años en el mostrador de información del templo.
–Pasaba por una depresión cuando una vecina me ofreció venir aquí. Había jóvenes preparadas pero me quedé yo. Yo me había alejado de mi devoción pero San Judas me llamó. Él fue primo de Jesucristo, por eso es una historia muy bonita. Tengo artritis pero aquí olvido los dolores.
Dice mi entrevistada que aquí hay fieles con sida, niños de la calle que buscan dejar la droga, ancianos desempleados. El primer año ella los aconsejaba mucho, sufría por los fieles y se enfermó:
–El padre me regañó y me enseñó a tomar distancia y ser muy práctica en mis consejos.
También trabajan ahí voluntarios. Ayudan a empacar las donaciones y a repartir despensas, además de impartir pláticas sobre adicciones.
Esotería chilanga y solventes para festejar
—Ésta es mi primera vez en San Judas (la gente empieza a llamar así a la iglesia). Me invitaron mis compas. En activo (solventes inhalables) pero aquí estoy, –cuenta Iván, de suave tez canela, coletita muy peinada y un montón de collares de cuentitas de colores.
Como decenas de adolescentes devotos, esconde en el puño cerrado un pedacito de tela con solvente. Lo inhala a hurtadillas. La celebración de San Judas se ha convertido en una fiesta de jóvenes permeada por la cultura de la droga, por la alegre búsqueda de la esoteria chilanga. Emergen del metro en grupos de 20, 30 y hasta 40 adolescentes adornados en todo el cuerpo. Colas de pato, crestas de gallo de colores, mechas rojas y azules, tatuajes efímeros de San Juditas en las mejillas, collares multicolores, pulseras de diverso grosor… Ellos van enfundados en jeans y camisetas estampadas. Ellas visten minifaldas o pantalones entallados de mezclilla o algodón y blusas escotadas al uso.
—Se ven muy bonitos, tienen el esplendor único de la juventud, –comenta Mónica Espinosa, de la Coordinación Ejecutiva del Palacio de la Escuela de Medicina. Ella es la responsable, entre otras actividades, de las pláticas sobre el Centro Histórico. Con ella visitamos San Hipólito, este 28 de junio, para que el investigador Jesús Rodríguez, uno de los conferencistas, nos platicara la historia y leyendas del templo.
Muchos jóvenes vienen de la periferia de la ciudad, desde todos los puntos cardinales: Iztapalapa, Tláhuac, Zaragoza, Ecatepec… donde sus padres son obreros y sus madres, al menos muchas de ellas, venden comida en puestos callejeros. Cada mes llegan en oleadas a las misas celebradas entre siete de la mañana y diez de la noche. Un conocido fotógrafo, Francisco Mata Rosas, me ha dicho que en una placita cercana se venden, a cinco pesos, pequeñas dosis de solventes. Ha descubierto una parte del submundo oculto detrás de la devoción. Hoy sólo resta mencionar que en Internet pueden verse videos de grupos norteños cantando corridos dedicados a San Judas y la droga, a capos famosos:
“En mi pecho un San Juditas y en mi nariz de la buena [el cantante hace snif aludiendo a la cocaína]. Me cansé de andar de pobre y de andar de agricultor… Yo anduve de piojoso hasta que encontré a un amigo… Ahí le va un cuerno de chivo, véngase pa’ Sinaloa donde tiene sus amigos. Mire lo que son las cosas… Y si me bajan la merca traigo a mi raza maciza … Le voy a dar una feria cuando me pase el perico, si me quieren conocer les voy a dar unas señas…”.
También hay corridos sobre “cabrones asados”, auténticas víctimas humanas de ritos satánicos, según me dice un escritor norteño después del homenaje en Bellas Artes a José Emilio Pacheco, este último 28 de junio.
La moda del santo es ya una tradición mazahua-skato-punk diría el fotógrafo Federico Gama. Su culto es un espejo de la dinámica turbulenta de un México cercado por la pobreza y el narcotráfico, un México donde la descomposición social fue tan visible aquella espeluznante primavera de 1989 en que Los Narcosatánicos y sus cadáveres sodomizados y torturados, en seudo rituales de magia negra, fueron descubiertos en un rancho fronterizo de Matamoros. Hace unas horas vi en la televisión la imagen de una niña asesinada. El guionista de CSI, la serie policíaca de tv, decidió que el pequeño cuerpo llevara al pecho un escapulario de San Judas. Saturada de noticias sobre decapitados acabé viendo más de lo mismo: un programa donde se detalla el cómo y el porqué de crímenes atroces. El contenido es ficticio pero verosímil. Tal vez los escritores pidieron asesoría de algún genial investigador del FBI, como sucedió con el thriller psicolóogico El silencio de los corderos. En teoría, cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia, aunque otro taxista adornado con vistosos collares y pulseras, autodefinido como “santero y ‘rayado’ en honor a Lucero o Satán conforme al palo mayombe”, me haya dicho hace poco que las coincidencias no existen. No preocuparse por favor. San Juditas nos cuida. Por eso le rezan en Cuba y Perú, incluso en el barrio mexicano de San Francisco. ¿No les digo que su nombre estaba preciosamente rotulado al frente de un viejo camión blanco que pasó frente a Jardines del Recuerdo, el cementerio donde sepultamos hace diez días al hermano menor de mi padre? Descansa en paz querido tío. No verás ni un episodio más sobre la truculenta descomposición de nuestro tejido social. Pobre de tu México querido. Pobrecito México.
Liga Nacional de San Judas
Detrás de todo esto, para algunos una moda supersticiosa y desesperada, está una organización religiosa: la Liga Nacional de San Judas Tadeo de los Misioneros Claretianos de México. El propósito social de los claretianos aparece como el trasfondo de una orden misionera de la cual poco sabemos. ¿Cuál es el objetivo de esta “invención” del culto a San Judas en Estados Unidos durante la Depresión del 29? ¿Cómo se continúa en Latinoamérica hasta atraer a millones de fieles? Detrás de la vocación evangelizadora de los claretianos hay, por supuesto, detonantes sociales y de sobrevivencia práctica de la orden. Fue el sacerdote claretiano James Tort quien fundó el Santuario Nacional de San Judas en Chicago, cuando fungía como párroco de la iglesia Nuestra Señora de Guadalupe. Ahí llegaban numerosos inmigrantes de habla española (según algunas fuentes había 30 mil mexicanos en Chicago), obreros contratados en las fábricas del barrio que fueron despedidos cuando llegó la Depresión de 1929. Como aún no existía el “welfare”, o seguro de desempleo, la gente hacía fila en los comedores comunitarios y en los templos. Las familias comenzaron a escuchar los consejos de Tort y él detuvo su proyecto de construir una iglesia más grande para concentrarse en mejorar la situación de los inmigrantes.
Tort era, según el portal de los claretianos, devoto de San Judas Tadeo, un santo muy popular en el medioevo pero olvidado durante varias centurias porque San Judas Tadeo, presunto primo de Jesús, fue confundido con el traidor Judas Iscariote. No sólo eso, Tort pertenecía a una orden empeñada en evangelizar las llamadas Américas. Todavía hoy, en la revista bimestral mexicana Presencia apostólica, se invita a los fieles:
“Tú puedes ser mensajero/ de esperanza, vida y paz,/ aprendiendo de Claret/ ¡A gritar la palabra!”.
Ante la promesa de fortalecer la propia identidad, espiritualidad y vocación aparecen las preguntas. ¿Qué clase de poder se obtiene con empresas ideológicas como éstas? Una devoción no se crea sola. Supone la inversión de recursos de todo tipo. Como hicieron los claretianos. A cada comunidad en crisis démosle un santo a quien adorar. Durante ochenta años los países latinoamericanos han visto crecer la devoción. Poco se sabe sobre cómo surgió, quién la impulsó, cuánto se invirtió en tarjetas con la imagen del santo, folletos o en costosas esculturas de bulto traídas de España.
En la literatura claretiana estadunidense hay literatura casi propagandística: biografías de personajes de la farándula que decidieron hacer obras benéficas después de leer un folleto sobre San Judas. Por ejemplo el humorista Danny Thomas, celebridad de Estados Unidos a quien se debe la edificación del Hospital Infantil de San Judas en Memphis. Veinticinco mil tarjetas con la imagen del santo fueron impresas en 1922, en Santiago de Chile, a doce años de iniciado el culto en Chicago. Dos importantes bancos estadunidenses tienen cuentas para depositar donativos. Los motivos parecen honestos y es evidente que la labor social de los claretianos tiene un sentido, como el combate de los misioneros a los casos de anemia aplásica en la Misión de la Montaña Alta de Guerrero, donde varias niñas de esa región fueron internadas en el Hospital Infantil Federico Gómez del Distrito Federal. La enfermedad, seria por naturaleza, proviene del empleo de insecticidas y plaguicidas, por lo que la Liga apoyará una campaña preventiva.
Para los miembros de la Liga se ha establecido una Hora Santa, espacio donde una vez por semana, los jueves a las 6 pm, se realiza en San Hipólito una hora de oración para escuchar la palabra de Dios y meditar sobre lo que Jesús “propone para la vida”. Muchas ONG civiles participan en la labor social de los claretianos. En el sitio mencionado hay un apartado donde la orden comunica a los fieles los esfuerzos laicos: organizaciones de género crean campañas educativas para redefinir la importancia de la mujer, o bien grupos ecologistas buscan mejorar el ambiente. Se denuncian la desigualdad social, la corrupción, la pobreza y la violencia. Además, se anuncian jornadas ecuménicas, se publican crónicas sobre el Día Mundial del Emigrante, o se hacen balances del sexenio de Fox junto a artículos sobre la APPO en Oaxaca o sobre la Convención Nacional Democrática. También se toca el tema de las elecciones en la revista de la orden o en boca de los sacerdotes encargados de dar misa en San Hipólito.
Oración por los sacerdotes pederastas
Un día del mes de mayo llego a San Hipólito a la una de la tarde. Es la hora de la bendición —una entre muchas realizadas a lo largo del día— y hoy toca turno al padre Jesús, quien pronuncia su sermón ante unos cincuenta fieles. Entre semana también van muchos devotos y esto lo comprueba cualquiera. Lo primero, para este sacerdote, es mostrar la portada del nuevo número de Presencia Apostólica. Nos dice que un señor protestó: “¡Ya padre! A todo le quieren sacar ganancia”. Pero en realidad, aclara, la revista bimestral sólo cuesta quince pesos. “Si no estoy diciendo la verdad entonces él mismo pagará la edición”. Resulta bueno para vender, es simpático y decidor. La gente sonríe. Muestra un pulsera con cuentas para rezar el rosario. Cuesta diez pesos y “afuera no la venden”. Hay de varios colores. “Es aquí en el mostrador o conmigo, lo mismo la revista”. Luego sugiere rezar varios padrenuestros, un gloria y una ave maría. Al final se forman unos veinte devotos para elegir una pulsera. “Pero no me va a quedar, padre”, respinga una mujer. Contesta él ajustándola a su muñeca. Alguien pregunta cómo debe rezar el rosario. Más atrás una jovencita quiere saber si su amiga alcanzó agua bendita.
—¿Se quieren seguir mojando?, pues los voy a bendecir —comenta jocosamente el padre.
Todos procuran poner su San Juditas —en versión medalla, estampa o escultura— de modo que le toque el agua. Por último llega un señor gordito, joven padre de familia, con su juramento de no beber. “¡Ya llevo dos meses, padre!”. El otro le da ánimos y le promete que podrá seguir abstemio.
En el cuaderno con las peticiones de los fieles me encuentro las palabras de un devoto con problemas familiares: “Socórrenos, socórrenos, socórrenos”, pide obsesivo.
Otro da las gracias pues San Judas ha protegido a sus padres. Alguien más pide ayuda familiar y financiera. Rumbo a la salida, en el altar del Cristo crucificado, llama mi atención un hombre de unos 28 años. Casi reza a gritos. Su discurso es inconexo. Repite una oración que no conozco. Cuando me ve baja la voz. Trae el cabello recortado a la punk. Todo en él es nervio e intensidad. ¿Está drogado? Esta es una iglesia de pobres que entran y salen sin cesar. Un hogar tal vez. Vi a una señora con tubos que suspendió sus oraciones para soltarse el cabello con movimientos precisos. Guardó los tubos y acomodó el último rizo para quedar impecable. Casi abrí la boca de admiración. Me miró con curiosidad y después procedió a hincarse y rezar sus oraciones. En este entorno hay un aviso recurrente:
“El devoto debe cuidarse de no caer en ciertos abusos, como la ‘novena milagrosa’ a Judas Tadeo que ofrece grandes recompensas económicas con la condición de que se hagan copias de ella y sean enviadas a un gran número de personas. Esta novena cae en la superstición y está centrada más en interés económico que en la búsqueda de la santidad”.
Tienen razón. Al menos en esto.
Lo más destacado del sermón del padre Jesús fue la mención a los “padrecitos que han errado el camino”, en clara alusión a la pederastia.
—Ya somos muy poquitos los sacerdotes que quedamos. Oremos por ellos. Perdónenlos. No somos perfectos. Así como ustedes se casan y prometen no distraerse, así nosotros nos casamos con la iglesia. La iglesia son ustedes y a ustedes les somos fieles.
También tocó el tema de la epidemia. Quienes compren el ejemplar de “Presencia Apostólica” podrán leer otro artículo sobre el amor en tiempos de influenza.
—Como en esos días no podíamos ni tocarnos ni mirarnos, y pasaron muchas cosas con las que no estuve de acuerdo, se los recomiendo.
Mueve la cabeza para señalar que no se manejó bien la emergencia. Y decide hablar sobre una “verdadera epidemia” que le tocó vivir hace años en las montañas de Guerrero. Ahí sí se enfermó la gente sin posibilidad de curarse. Ahí sí se le murió un niño por falta de antibióticos.
¿La iglesia puede seguir siendo germen de movimientos de desacuerdo social? No con estos fieles llenos de supersticiones, más bien preocupados porque les toque agua bendita que moje sus estatuas o pulseras con la imagen de San Judas. El sacerdote continúa. Hay un artículo sobre “San Judas y la esperanza”. La idea es cambiar la resignación por la esperanza.
—Dicen que es lo que muere al último, pues nosotros los devotos de San Judas ni siquiera al último la dejamos morir… sabemos que un día iremos a dar a los brazos de Papá Dios—, repite el sacerdote.
Junto a mí, una madre de hijas adolescentes toca con alguna desesperación el agua bendita que humedeció su brazo. Con la mano la extiende sobre el rostro de su Juditas de medio metro. ¿Puede hablársele a ella de abandonar la resignación y abocarse a una esperanza activa? Uno pensaría que la mayoría de los fieles no ha realizado estudios secundarios, sin embargo, durante estos años me ha tocado entrevistar mujeres profesionistas que bendicen su auto después de un susto en la carretera, o taxistas que depositan el agua bendita en una botella de Bonafont y rocían con ella su casa para protegerla. En la necesidad muchos recurren a la fe y hacen lo que todos. También hay un texto sobre los obispos mexicanos de frente a las elecciones. Se exhorta a los ciudadanos a tomar una actitud clara frente al voto, a manifestar su opinión.
Pasada la misa regreso a casa en metro. En uno de los pasillos escucho con sorpresa la voz de un joven contralto situado a unos pasos de la escalera que da a la Plaza Zarco, cargado con varios pentagramas. Recibe monedas de diez pesos en su gorra, mucho dinero para el Metro Hidalgo. Pregunto por el nombre de la pieza y contesta con una frase incomprensible en alemán. Agrega:
—Handel compuso la pieza… sólo sé que quiere decir ‘tengo’… pero no me hagas mucho caso.
Un poco más allá hay un sonriente señor sin piernas con dos muletitas de madera para apoyar los brazos. Quiero abordarlo pero me arrepiento. Por alguna razón, pierdo las ganas de hacer entrevistas. Mejor le compro a un vendedor ambulante un disco compacto de Michael Jackson, tan llorado en estos días. Dicen las malas lenguas que su padre abusó sexualmente de él durante toda su infancia. Me voy con su discografía bajo el bolso. Beat it…
- San Judas Tadeo, santería y narcotráfico - 27/10/2018
- Cronista. Autora de los libros "Cuando llegaron los bárbaros. Vida cotidiana y narcotráfico"; "San Judas Tadeo, santería y narcotráfico", "Cien freeways: Df y alrededores", entre otros. Está incluida en la antología "A ustedes les consta. Antología de la crónica en México" de Carlos Monsivías, segunda edición. Entre otras distinciones, obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez FIL 2010, por la crónica “Culiacán, el lugar equivocado”, el Premio de Excelencia en Crónica SIP 2007, y el Premio Nacional de Crónica Urbana UACM 2005. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte y es Presidente de PEN México