Juan Fabila parece un hombre dañado por el tiempo. Le es difícil caminar, tiene arrugas en todo el cuerpo, el poco pelo que le queda es blanco como el papel y tiene la complexión de un hombre que rebasa los 80 años: encorvado, canoso y piel arrugada, con una mente distraída. Sin embargo, su voz es fuerte y su presencia firme, como si sus 73 años de edad no hubieran pasado. Aún tiene el espíritu de un boxeador, el mismo que le llevó a obtener la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964. De hecho, fue el único medallista mexicano entonces.
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Atiende su gimnasio, que también es miscelánea, junto a su esposa y su hija. Ahí entrena boxeadores amateur con el sueño de forjar un futuro campeón olímpico. “El joven deportista debe aprovechar todas sus facultades para poder llegar a figurar. Entre mejor te prepares es mejor para ti. Y no hagas caso a los que te rodean: mucha gente te puede decir No, estás equivocado. Debe estar preparado uno para llegar a la cúspide, y ya estando allá fortalecerse”, me dice entusiasmado debajo del ring.
A pesar de la edad, su memoria sigue intacta: me cuenta con precisión y sin detenerse, como si fuera un grifo con la llave descompuesta, su vida y su carrera como boxeador.
Round de estudio
La infancia de Juan Fabila fue problemática. En la escuela y en la calle peleaba prácticamente todos los días. “Siempre me porté bien y me he portado bien […] ¿Le he pegado a muchos? Sí, eso sí, porque aquí venían a buscarme pleitos. Desde la escuela era un lío. En la primaria pleitos y pleitos hasta que ya me iban a expulsar; hasta que me expulsaron en la secundaria. Pero yo no los provocaba, me provocaban. Y todavía no peleaba yo”.
Sus peleas terminaron mucho tiempo después, cuando comenzó a leer la Biblia. Cuenta Juan Fabila que un 31 de diciembre, en el tiempo de las broncas, un vecino que lo veía feo se le acercó. El muchacho lo recibió a la defensiva:
—¿Qué se le ofrece? ¿Qué quiere?
—Nada Juanito. Lo que veo es que usted tiene aquí muchos problemas. Dígame, ¿usted cree en Dios?
—Sí señor.
—¿Tiene Biblia?
—No.
—Cómprese una y lea los Salmos 30, 91. Y diario lea diferentes Salmos.
Al día siguiente el hombre fue con su esposa al Centro Histórico a comprar el libro. Desde entonces no ha dejado de leerlo. “¡Santo remedio! No me he vuelto a pelear. Y así estoy tranquilo. Yo me siento ahí en la puerta, vigilando y ya no se meten conmigo. Y ojalá ya nunca se metan conmigo, ya no me vuelva yo a pelar porque es horrible”.
Primer round: Nacimiento de un boxeador
Juan Fabila nació el 5 de junio de 1944 en Tlalpan, en la Ciudad de México. Su padre, el boxeador José Fabila, fue campeón de Tlalpan, San Ángel, Tacubaya y Sara Mendoza. “Mi padre fue boxeador. Y él también tenía esta suerte, como te la estoy diciendo: le buscaban broncas. Él era de un aspecto fuerte, serio y lo bronqueaban, aquí lo bronqueaban. Y siempre agarraba: ¡pam! y suelo. Entonces me empezó a gustar cómo los tumbaba mi jefe y me platicaba. Luego le preguntaba: papá, esta pelea cómo, esta pelea que tuviste aquí y allá”.
La admiración que tuvo por su padre lo llevó a hacerle una promesa: “Yo veía el box en la tele y me emocionaba. En ese tiempo, cuando estaba chavo, estaba el Ratón Macías, que era muy famoso y yo quería ser así de famoso como él. Decía: mira papá, así voy a salir en primera plana”.
Juan Fabila se para y me enseña un recorte de periódico. En la primera plana aparece él con la medalla de bronce, misma que tiene tatuada en ambos brazos. Me cuenta que comenzó a dedicarse a este deporte luego de ser expulsado de la secundaria. “Yo me fui a los 14 años al gimnasio. Empecé a entrenar, empecé ahí, que disqué a enseñar, y empecé más bien a boxear con otros. Y me daban unas macanizas. Pero nos dábamos. Y ahí empecé. Ya me vieron ciertas facultades, me empezaron a llevar a pelear y empecé a tumbar gente y a tumbar gente y avanzar y avanzar. Al rato ya subía ¡Fabila, Fabila!, y ya empecé a ser famoso.”
A los 16 años, Juan Fabila tuvo su primera pelea. En ese entonces Pancho Rosales lo entrenaba. Se recuesta en la silla y me cuenta cómo se sintió la primera vez que subió a un ring: “Con muchos nervios, que dan ganas de que personas digan se acaba la función. No se va a realizar la función por X o por Z. Pero no llega nadie. Cuando empiezan las peleas, empiezan hasta que te toque a ti. Ya cuando oyes ¡Juan Fabila, al ring! pues ya tienes que estar con guantes puestos y todo y salir allá. Entonces es el rollo. Son emociones muy fuertes y obviamente vas agarrando la experiencia, te acostumbras a todo eso; pero la emoción, el miedo, la preocupación de que te pueda pasar algo son muchos sentimientos encontrados, porque uno sale sano arriba del ring y no sabes cómo bajes”.
Segundo round: Camino a Tokio 68
Juan Fabila me cuenta cómo perdió su lugar en los Juegos Centroamericanos de Kingston, Jamaica, en 1962: unos tacos callejeros le provocaron una infección estomacal. “Jamás vuelvo a tragar en la calle. Y jamás llegué a hacerlo”, dice mientras azota sus manos en la silla, a manera de arrepentimiento.
Un año después, en 1963, fue invitado a los Juegos Panamericanos en Sao Paulo, Brasil, donde perdió solo una pelea por decisión, contra el norteamericano Artus Jones. Un encuentro que le fue robado, según me dice el viejo boxeador. Su participación en Brasil lo llevó a las eliminatorias para los Juegos Olímpicos de Tokio, Japón, que se celebrarían en 1964. Ahí tuvo la oportunidad de vengarse del púgil estadounidense.
“Vino la selección de Estados Unidos para calarlos (…) y me trajeron al gringo que me había ganado en Brasil, que me robó la pelea. Pues le di una paliza tremenda y fui el más alabado en la Arena México. Entonces ya me gané mi título para ir a representar a México en Tokio.”
El verdadero enemigo olímpico
Las primeras peleas de Juan Fabila en Tokio fueron victorias relativamente fáciles. Su verdadero reto era pelear contra el ruso Oleg Grigoryev, medallista de oro en Roma 1960. El mexicano lo derrotó y dice que lo hizo con facilidad. Sin embargo, su rival a vencer no fue el boxeador de Rusia, sino su propio entrenador.
“Ahí tenía yo a un entrenador argentino, Bruno Alcalá, que me trataba muy mal. Yo nunca me he dejado que me insulte la gente, que me falte al respeto. Y este nos faltaba al respeto. Y más a mí, como que no le caía bien. Siempre sacaba: Maricón de mierda, la puta que te parió. Y no he tolerado a nadie que me insulte y menos que me miente la madre o que me hable de mi familia”.
—Si no te pones abusado este te la va a partir —decía el argentino.
—¡Ya no me esté chingando! —recriminaba el joven púgil.
—Me hubieses dicho eso allá en México.
—No, porque si me le pongo al brinco allá ahorita no estuviera yo aquí. ¡Yo quiero representar a mi patria, porque yo puedo ganar una medalla!
—Qué vas a ganar, si eres un maricón.
“Y me trataba mal. Y yo tenía ganas de darle un chilazo. Entonces iba yo ganado y ganando y él jetón”.
Su racha de victorias terminó contra el coreano Chung Shin-Cho y el uruguayo Washington Rodríguez. Juan Fabila se quedó con el bronce. La actitud de su entrenador lo había agotado: se sentía exhausto.
“El día que perdí en Japón, cuando perdí con el coreano, ya estaba harto, estaba yo engarrotado de los nervios, engarrotado del coraje, porque eran puros insultos. Cuando yo perdí en Japón, el argentino este se soltó a insultarme”. Entonces el boxeador rememora aquel pleito.
—¡Maricón de mierda, has matado mi prestigio como entrenador profesional! ¡Perdí mi prestigio como entrenador por culpa de un mexicano imbécil!
Juan Fabila enojado golpeó al entrenador en el pecho.
—¡Cállese hijo de…!”
Y cuando el golpazo mandó al el argentino a las sillas entraron los periodistas:
—Fabila, eso lo hubieras hecho en el ring.
_ ¡No, señor! Si no puedo es porque este señor siempre me ha estado insultando. Siempre que maricón de mierda y que la puta que te parió. Yo no he tolerado ni una mentada de madre y menos con esa expresión de la puta que te parió, es una cosa horrible”.
Pareciera que Fabila vuelve a vivir el incidente, tanto que aprieta los puños con furia. Su encuentro con Alcalá lo dejó marcado de por vida, pues sigue mencionándolo con el mismo enojo el resto de la plática.
Por suerte no todo fue malo para el medallista. A su regreso de Japón fue recibido en Tlalpan con fiestas y homenajes por un largo tiempo, ya que fue el único mexicano en obtener una medalla ese año. Además, no volvió a ver al argentino.
Tercer round: Carrera matrimonial
Después de su éxito olímpico, Juan Fabila pasó al boxeo profesional. Aunque su carrera fue buena, no logró ser tan exitosa. Encontraría una abrupta desviación en una de sus peleas: conoció a quien sería su esposa.
“Fui a pelear a Matamoros, Tamaulipas, ya profesional y ahí conocí a una gran mujer, que es mi esposa. Nos conocimos tres días y nos casamos. Entonces, esa es la verdad, me entregué a mi matrimonio y he estado entregado a mi matrimonio y sigo con mi matrimonio, y no me arrepiento. Pude llegar a ser más famoso pero, aunque me lo hubieran propuesto, si se trababa de escoger, otra vez yo escogía mi casamiento con mi esposa”.
—¿Y cómo se sintió en su última pelea?
—Pues mal. Mal porque ya había pasado mi época, mi fortaleza (…) En ese tiempo estaba más joven, pero ya se había acabado mi fortaleza, mi resistencia quizá para los golpes, y se fue perdiendo poco a poco”.
Tras retirarse del ring profesional, se dedicó a atender su miscelánea-gimnasio junto a su familia y, por un tiempo, fue jefe delegacional de boxeo en Tlalpan. Aún así, no se queja ni se arrepiente. Al contrario, se siente agradecido y satisfecho con pasar el tiempo con su esposa e hijas y entrenando a boxeadores amateur en su gimnasio.
“El joven deportista debe aprovechar todas sus facultades para poder llegar a figurar”, me dice. “Entre mejor te prepares es mejor para ti, y no hagas caso a los que te rodean: mucha gente te puede decir ‘No, estás equivocado’. Debe estar preparado uno para llegar a la cúspide, y ya estando allá fortalecerse. Que se preparen los que quieren ser entrenadores. Y no nada más en el boxeo, sino con psicología, para que sepan lo que están hablando, para que sepan dirigirse al muchacho, leerle el pensamiento, ver su actitud y decir ‘este debe de ser así y así, le voy a hablar así’. Debemos conducirlo lo mejor que se pueda”.
Juan Fabila se retiró en 1974. Perdió su última pelea por knock out técnico contra José Torres. Dejó un récord profesional de seis victorias, dos derrotas y un empate.
- Juan Fabila, el boxedor de puños furiosos - 12/10/2018
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Estudiante de comunicación en la Universidad Intercontinental. Amante de los videojuegos, el boxeo y la animación. En un futuro espero trabajar como actor de doblaje.
miguelon.palao@gmail.com